10. Doggie Houser (pt. 6)

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Amanece incluso antes de ser consciente de que he cerrado los ojos. Tampoco fui consciente de que debía cerrar las cortinas de la habitación, por lo que los primeros rayos que despuntan el alba entran en la habitación y hacen que seguir durmiendo sea imposible, al igual que permanecer enterrada debajo de la capa de cobertores que sólo una expedición arqueológica sabría cómo retirar sin tanto esfuerzo como el que tengo que emplear para hacerlo yo misma.

Siento las articulaciones de los brazos y las piernas ceder poco a poco cuando me estiro a todo lo que doy. Tengo la espalda adolorida, pero no es ni de lejos la peor noche que he pasado, y debo agradecerle a Morfeo por eso. Si no hubiera sido un día tan agotador, seguramente habría pasado la noche en blanco.

Estoy por tomar el picaporte de la puerta cuando esta se abre de un golpe. Del otro lado está Anna, con un montón de ropa que lanza a mi pecho con fuerza.

-Que no se vuelva un hábito, ¿quieres? - Me dirige una mirada asesina, y desaparece por el corredor nuevamente.

No entiendo cuál es su problema. Hasta ayer en la tarde todo parecía estar bien, y de la nada decidió convertirse en la Blair Waldorf que había querido ser de niña.

Creo que nunca podré entender a las mujeres.

Conecto mi teléfono a la pared, y espero pacientemente a que resucite, con la estúpida esperanza de encontrar un mensaje de Cedric, que, por supuesto, no está allí cuando el aparato vuelve a la vida.

Tampoco entenderé a los hombres.

Sólo regresaré a Ashbury por ropa. Después de eso, me marcharé a India a educar elefantes.

"¡Pero qué estúpida, Abril! Le tienes pánico a los aviones, jamás aguantarías el vuelo", me recuerda la siempre oportuna vocecilla al fondo de mi cabeza.

Si algún día vuelvo a ver a Luke -a Trest (¡Demonios, Abril, concéntrate!) - le pediré su opinión médica sobre el tema.

La ropa que Anna dejó tan amablemente para mí en... bueno, mi rostro, me queda un poco ajustada, pero no es insoportable, y aunque lo fuera, el cambio de ropa no está nada mal. Al volver a casa quemaré todo lo que traje conmigo. Tengo la impresión de que hiede a hospital, y ya tuve suficiente de eso para toda una vida como para estar portándolo como una fina colonia.

Cuando bajo al café Rose ya se ha marchado, dejándonos de nuevo solas a Anna y a mí.

-Has algo, ¿quieres? - Gruñe, lanzándome un trapo sucio a la cara.

-Es tu ropa, ¿lo recuerdas? - Me quejo.

-¿Y por qué otra razón apuntaría a tu cara? Puedes empezar limpiando las mesas de allá. Abriremos en media hora, y la abuela odia que estén sucias.

-Pero si las limpiamos anoche...

-Yo no hago las reglas, sólo hago que se cumplan. - Me dirige una sarcástica sonrisa y acomoda en el mostrador las bandejas de pastelería que trajeron antes del amanecer.

Entorno los ojos y hace lo que me pide.

Pasados unos minutos el dolor de la espalda se hace insoportable, especialmente en la parte baja, lo que me obliga a tomar pausas cada pocos minutos.

-La pobre y marginada Abril sufre trabajando porque nunca ha tenido que mover un dedo en su vida, ¿no es así? - Ronronea.

Opto por ignorarla y sigo con mi trabajo. He decidido tomármelo muy en serio, porque sólo de esa forma va a sentirse real, y sólo entonces... Bueno, no sé ni siquiera para qué lo hago, pero me siento mejor.

Las Crónicas de Ashbury: El LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora