11. Sobre la soledad de la estación, y otras tantas cosas desagradables. (Pt. 4)

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-Es rubor lo que te hace falta, querida. Parece que acabaras de salir de un paludismo, o si hubieras tenido la peste, con esa palidez.

-Vaya, gracias, Anna, haces que me sonroje.

-Ojalá eso hiciera el truco. - Contempla mi reflejo en el espejo de su tocador, con aire preocupado. Insistí en hacerlo yo misma, pero llevarle la contraria a Anna en cuanto a maquillaje no siempre es la mejor idea, mucho menos si se tiene en cuenta que fue Rose quien le sugirió que me ayudara. - Espera aquí mientras busco algo que... olvídalo, aquí está.

Saca de la bolsa de franjas amarillas y azules que mamá le dio en algún momento, hace varios años, y que se había encargado de nutrir con los más variados productos de belleza en los últimos años, un pequeño contenedor y una brocha gruesa que se siente áspera contra mi piel cuando espolvorea un poco de polvo color durazno en mis mejillas. No es lo que yo hubiera elegido, pero al ver mi reflejo en el espejo, tengo que admitir que no se ve mal. Que en realidad yo no me veo mal.

-No me lo agradezcas. - Suspira, con una brillante sonrisa de suficiencia. - Ahora cámbiate. Iré a ver si tu chico ya está listo. Salimos en diez minutos.

Abandona la habitación y aprovecho el tiempo a solas para serenarme un poco. La idea de salir con Cedric y con Anna me aterra, no tanto por estar con ellos, sino por salir. Tomás se enorgullece de decir que soy una buena chica, cuando la verdad es que su definición sólo contempla un escueto "ella nunca sale de casa". Y ese "ella nunca sale de casa" traduce a: "esta será la primera vez que saldré, como se supone que lo hacen los chicos de mi edad, y no es el Festival del Destino". No es necesario decir que es patético: sé que lo es.

Hago lo que Anna me dijo que hiciera cuando me doy cuenta de que ya han pasado cinco de los diez minutos y que los he desperdiciado observando una pequeña mancha azul en la alfombra. Me meto con dificultad en el ajustado vestido negro que mi querida prima eligió para mí. Es terriblemente corto, y terriblemente revelador. Todo lo que no llamaría "favorecedor" en mi caso. Las varias "llantitas", lo que sobra aquí y allá... Preferiría usar una carpa de circo, para términos prácticos.

No tan feliz con mi atuendo como con el maquillaje, corro escaleras abajo para alcanzar a Cedric y a Anna que ya han abandonado la librería, llaves de la camioneta de Rose en mano. Mamá me retiene por la muñeca, materializándose de la nada.

-Vuelve aquí, señorita. - Examina mi rostro cuidadosamente y por más tiempo del necesario, antes de difuminar un poco más el rubor que Anna consideraba tan necesario. - Ahora estás lista. Feliz cumpleaños, mi cielo. Diviértete.

-Sabes que no quiero ir, ¿no?

-Te conozco lo suficiente como para saber que eso es cierto sólo en parte. No tengo que decirte que espero que te comportes, porque sé que lo harás, y que...

-Has hecho un buen trabajo conmigo, mamá, no tienes de qué preocuparte. Además, Anna y Cedric estarán conmigo. Ellos van a cuidar de mi. - "O yo de ellos" añade una pequeña vocecilla en mi cabeza.

-Confío en que así será. No dudes en llamar si algo surge. La abuela y yo estaremos...

-Durmiendo. Espero de corazón que no nos esperen despiertas. Ambas necesitan descansar, especialmente tú, mamá. Recuerda lo que los médicos dijeron: el trato era que seguirías sus indicaciones al pie de la letra y te dejarían salir.

-Yo me aseguraré de que lo haga. Ahora ve, Abbie, no querrás que te dejen atrás. - Interviene Rose, que había estado reorganizando el mostrador en ese preciso momento, sin ser vista... qué conveniente.

Las Crónicas de Ashbury: El LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora