4. El Rojo es mi Color (pt. 6)

843 52 22
                                    

Agradezco inmensamente que ni siquiera intente abrirme la puerta, pues la situación ya es lo suficientemente incómoda, como para hacerlo peor. Le envío un mensaje de texto a Samuel contándole las buenas noticias, y pidiéndole que se reúna conmigo en la plaza central de Ashbury. No puedo creer que realmente vaya a verlo. Es como si estuviera por conocerlo nuevamente, como si fuera un completo desconocido con el que he arreglado una cita a ciegas, y es que, visto objetivamente, conocer a Samuel desde hace años no garantiza que lo conozca en una relación.

Algo que no deja de llamarme la atención es el hecho de que Cedric Canonach no necesita conducir un flamante Camaro amarillo para tener la actitud de una estrella de cine. Él puede hacer eso en su Ford del 2004, y causar sensación a su paso.

Acelera por la vía de regreso a Ashbury, y sube el volumen de la música. Suena Sixpence None The Richter, y me sorprende oírlo tararear "There She Goes". Es una de mis canciones favoritas, además de una de esas canciones que suenan al pasado, y que hacen que los recuerdos salgan de sus tumbas en el fondo de la memoria para atormentar al presente. "There She Goes" fue la primera canción que Samuel me enseñó a tocar en guitarra, cuando teníamos unos doce o trece años y él ya era todo un prodigio.

El recuerdo sólo consigue hacer que me sienta peor, y que la Llave pese más. A este ritmo voy a caminar arrastrándome cuándo nos bajemos del auto.

La canción se termina finalmente, y comienza el interminable espacio publicitario de esa estación. Nunca pensé que podría alegrarme tanto, pero ya ves cómo son las cosas ahora.

-¿Qué harás mientras tanto?

-¿Perdón? -Pregunta extrañado. Creo que ambos estábamos esperando un viaje completamente silencioso, por lo que ese extraño impulso que afloró de mi interior nos toma a ambos por sorpresa.

-Si, mientras vuelves para llevarme a casa... -Demonios, eso no había sonado tan patético en mi mente. Dicho en voz alta, bueno... Sólo estamos los dos en el auto, ¿no? Nadie tiene por qué enterarse de que dije semejante cosa.

Se estaciona a un costado de la vía exactamente frente a la plaza.

-Oh, no lo sé, tal vez... Vaya a ver una película, o a tomarme un café... Quiero que quede claro que no soy tu chofer, Ros, que hice esto solamente por el trato que hicimos.

-Cumplí con mi parte, ¿no?

-Aún no estoy seguro de si me siento satisfecho o no con ese pago... Es mucho lo que está en riesgo aquí, Ros.

-Que, ¿te da miedo que papá no te invite a su fiesta de cumpleaños?

-¿Su cumpleaños será pronto? Tengo que conseguirle algo...

-Me das lástima, Cedric...

-No es un crimen querer entablar una buena relación con Tomás, ¿o sí?

-Haremos algo, ¿sí? Voy a irme antes de vomitar, y volveremos a vernos en... ¿tres horas?

-Tu mundo es tan fácil... -Dice, como extrañado.

-Lo dice quien puede ver en su futuro.

-Esa es una conversación que tendremos más tarde, ¿está bien? Tu novio debe estar impacientándose.

-Si dejaras de referirte a él con ese tono tan...

-¿Despectivo? ¿De desprecio? ¿O de superioridad? Es una delicada línea lo que separa...

-Adiós, Cedric.

-¿No vas a decir gracias?

Entorno los ojos y bajo del Ford blanco antes de que diga nada más. Tiene la capacidad de sembrar caos y confusión a su paso por mis pensamientos, y no estoy muy segura de poder controlarlo a veces. Debo admitir que, aunque hay momentos en los que siento que llevo la delantera, que la que lo está controlando soy yo, también soy consciente de que en primer lugar, si lo pienso en términos del juego, es a causa de él, por lo que está un paso por delante, y en segundo lugar... no puedo sacármelo de la cabeza.

Las Crónicas de Ashbury: El LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora