11. Sobre la soledad de la estación, y otras tantas cosas desagradables. (Pt.12)

33 9 0
                                    


-Mi querida A... -Suspira R cuando finalmente repara en mi presencia. Se acerca con los brazos abiertos y me da un fuerte abrazo cuando me pongo de pie por puro respeto. - No sabes cuánto siento lo que pasó con tu madre. Conozco a Sue desde que era muy joven, y aún no puedo creer que hubiera sido capaz de... bueno, todos tenemos días buenos y malos, ¿no es así? Pero ahora dime, ¿cómo estás tú? Debe haber sido horrible pasar por todo esto...

-Estoy bien. - La corto con una mayor brusquedad de la que pretendía, así que me apresuro a añadir-: gracias. No han sido tiempos fáciles.

-Los vendrán mejores, A. Espero que lo que tengo que decirte logre convencerte de ello.

Rodea el escritorio y con un asentimiento me indica que vuelva a sentarme. Me dejo caer en la silla que se queja con un débil crujido al igual que la que está junto a mí cuando F, que parece no haber reparado en mi presencia todavía, hace lo propio. R también toma asiento.

-Te estarás preguntando por qué solicité verte con tanta urgencia en persona, A.

-Para ser sincera, la curiosidad me está matando.

-Hay un muy interesante experimento que involucra a un gato y la curiosidad humana... -Dice él, como en medio de una ensoñación. - "la curiosidad mató al gato", ¿verdad?

-Tendrás que disculpar a F, A. Suele ponerse así en los días previos al Festival. Por eso, querido, sugiero que te retires a descansar.

-Preferiría no hacerlo. - Ahora que se ha acomodado los anteojos de marco de pasta negro y enfocado la visión, parece haber vuelto en sí. Su voz suena ronca y atemorizante, casi demasiado amenazadora para un hombre tan joven como él, de semblante tranquilo y aire a bibliotecario convencional.

-¿No estabas diciéndome hace tan sólo unos minutos lo mucho que necesitas una siesta? Anda, e encargaré personalmente de tus deberes mientras descansas. - Ella sonríe, pero sus ojos no. ÉL ni siquiera se esfuerza por ocultar su irritación y se pone de pie de un solo golpe. Tampoco se molesta por cerrar la puerta cuando sale, por lo que uno de los guardias que espera en el balcón debe apresurarse a cerrarla de nuevo.

No tengo idea de qué acaba de pasar, pero lo mejor es no preguntar si quiera, no abrir la boca, y en lo posible, no respirar. La tensión sigue siendo palpable en el aire.

-¿En qué estábamos? - Pregunta, recomponiendo su fachada de tranquilidad.

Esta mujer debió haber sido actriz en su vida pasada.

-En la razón por la cuál tuve que regresar a Ashbury tan... precipitadamente.

-Aplaudo tu selección de palabras, pero me temo que no es una, sino varias las razones por las cuales tuve que ser tan insistente.

-En ese caso no hay tiempo que perder. ¿De qué se trata? - No estoy muy segura de dónde proviene tanta jovialidad, pero no puedo controlarlo. Al menos así no debo preocuparme por sonar grosera como lo hice antes.

-En primer lugar, hay algo que debo pedirte. Es un favor personal, más que cualquier cosa, y confío en tu absoluta discreción. Entiendo que mantienes una relación muy cercana con el hijo de Harold Canonach, ¿no es así?

¡¿Cómo puede estar al tanto de eso?! ¿Hasta qué punto estará enterada de cuán cercana? Además... ¿No tiene cosas más importantes de las qué preocuparse que por la vida amorosa de una chica cualquiera? Por la forma en la que me mira me atrevería a pensar que sabe más de lo que estoy tratando de convencerme que sabe.

Las Crónicas de Ashbury: El LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora