10. Doggie Howser (pt. 5)

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Me detengo en la puerta, tentada a correr tras él, alcanzarlo y decirle que no tiene estar celoso, refugiarme entre sus brazos y decirle que es a él a quien quiero. Gracias al cielo Anna se estaciona justo frente a la puerta y con un gesto de impaciencia y el claxon del auto me ordena subir, sin saber que al hacerlo también me ha evitado hacer el ridículo.

Anna no dice nada más tras acomodar mi equipaje en el asiento trasero.

Veo el auto de Cedric encogerse en el retrovisor y siento cómo mi corazón comienza a latir más despacio, como si en vez de sangre fuera hielo lo que corre por mis venas.

El paisaje me es más familiar ahora que la lluvia no obstaculiza mi visión, pero, diferente a lo que esperaba, la imagen del viejo café en la distancia no fue ni medianamente tan reconfortante como había esperado que fuera.

-Dormirás en la antigua habitación de Sue. - Anuncia, abriendo la puerta del frente. Al cerrarla, gira el cartel que pende de la misma, de tal forma que la cara que dice "abierto" es visible desde la calle. - Es un poco frío, pero...

-Lo recuerdo. -La corto. Anna podrá sacarme de quicio, y aún tendremos muchos asuntos sin resolver, pero no tiene la culpa de lo que pasó con Cedric y sin embargo no puedo evitar responderle con las manos cerradas en puños.

-Entonces también debes recordar el camino. ¿Por qué no vas a instalarte mientras caliento un par de croissants? Muero de hambre. - Esquiva mi ataque con gracia y se dirige al mostrador del café y se inclina detrás del mismo, dándome la oportunidad de mirar a mi alrededor completamente maravillada. El aroma de la nostalgia impregnada en los libros que se apilan en los rincones, en los estantes, en las repisas, las sillas, y en general dejando apenas el espacio suficiente para transitar, me embriaga. - Bienvenida a casa.

Y pensar que esperaba que ella no notara mi reacción a estar de nuevo en este lugar.

Le dirijo una mueca que pretende ser una sonrisa y huyo escaleras arriba. Las recordaba más grandes, y el corredor del segundo piso más claro, las puertas más amplias y el piso menos ruidoso. Siento la mirada de mis antepasados clavarse en mi desde sus marcos gastados y descoloridos por el paso del tiempo cuando camino frente a ellos.

De alguna manera, la ausencia de Rose hace que la gran casona dé la sensación de estar completamente abandonada. Es como caminar por una mansión embrujada por los recuerdos de tiempos más felices.

Tengo que emplear toda mi fuerza para poder abrir la puerta de la antigua habitación de mi madre, en la que pasó toda su niñez y gran parte de su adolescencia.

Rose llegó a Emberbury pocos meses después de su primer Festival del Destino. Ella y la bisabuela Lucinda se enfrentaron a un mundo completamente nuevo, pero con el paso del tiempo lograron adaptarse al estilo de vida de los Otros, sin el Libro, sin pistas, sin ninguna ayuda adicional. Ellas, como tantos otros, tomaron la decisión de abandonar las Bibliotecas, lo que explica por qué a Rose nunca le ha interesado especialmente el asunto.

No habla del tema, tampoco. Creo que tuvo que pasar algo verdaderamente terrible tras su Festival del Destino en 1962, para dejar una marca tan profunda en ella, a tal punto que hasta el momento ha regresado a Ashbury en contadas ocasiones y contra su voluntad. De seguro una de las peores cosas que ha podido pasarle es que sus hijos regresaran a Ashbury cuando llegó el temido momento en el que fuera su turno de recibir los Libros.

En medio de la habitación se encuentra una cama de postes con un colchón desnudo. Al menos tres docenas de cajas de apilan aquí y allá, unas parecen más antiguas que otras, pero el olor de la humedad y el abandono que despiden es el mismo. Casi podría decir que un huracán decidió visitar esta habitación cuando nadie estaba mirando.

Las Crónicas de Ashbury: El LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora