Cap.12 "La maldita sonrisa Rinaldi".

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Tomé el ascensor moviendo mis manos un poco nerviosa. Había una chica de baja estatura con lentes y unos libros y un anciano con un maletín subiendo conmigo, pero como era obvio, ambos salieron en el piso seis y en el nueve. Nadie iba al ultimo piso. Excepto yo. Porque la vida ponía cosas en mi camino para hacerme parecer aún más estúpida.

Las puertas metálicas se abrieron y di tres pasos hacia la única puerta frente a mi. Las letras doradas en un cursiva me hicieron casi retroceder; Suite Rinaldi. No oía música ni voces dentro, así que creí que quizá no había nadie. Pero era mediodía, y aunque todos podrían estar comiendo en el restaurante, no supe por qué pero aposté que al menos uno de ellos debía estar aquí.

Toqué la puerta tres veces algo temblorosa y esperé que alguien me abriera. Moví mis pies, más nerviosa que impaciente y cuando creí que en realidad no había nadie y tendría que volver más tarde, la puerta se abrió.

Definitivamente, Argus no esperaba verme detrás de su puerta. Vestía una camiseta gris y unos shorts cortos negros. Estaba descalzo y algo me decía que no se había peinado, pero también supe que no se había levantado recién, porque podía oler comida friéndose.

Me miró confundido mientras se adentraba en el apartamento, dirigiéndose hacia la cocina.

—¿Skyler? Pasa. ¿Qué haces aquí? —preguntó y tomó un sarten sobre el fuego de la cocina.

—Yo... Olvidé el pendiente asesino anoche —respondí adentrándome en el apartamento y cerrando la puerta.

Lo vi sonreír un poco, recordando el mal momento de la noche anterior y asintió con la cabeza. Al parecer, estaba de buen humor, porque no solía sonreír tan a menudo.

—Bueno, Blas no está. Pero si me das un minuto te lo traigo —dijo sin dejar de mover las manos sobre utensilios.

Me apoyé sobre la isla, del lado de la sala y observé el apartamento, como si no hubiese estado aquí ayer. Luego, volví a Argus unos segundos para ver que era pollo y algo más que no supe descifrar en esa sartén.

—¿Cocinas? —me ganó la curiosidad. Él volteó y me miró con el ceño fruncido.

—Sí, ¿tú no? —se burló sonriendo un poco. Casi como diciendo "¿soy un marciano por cocinar?". Sonreí y bajé la cabeza.

—Si, solo que creí que... —Me miró expectante. —Nada, olvídalo —me callé para ahorrarme el reproche.

—No, adelante. Dilo —me retó. Su tono de voz parecía algo molesto, como si supiese lo que iba a decir. Como si ya le hubiese pasado con otras personas. Como si fuese lo único que creyeran de él y sus hermanos.

—Era una tontería, olvídalo —agregué esperando que lo dejara allí. Sabía que no le iba a gustar oírlo, pero los nervios dentro de mi crecieron cuando lo oí en ese tono de voz. No había vuelta atrás, él supo lo que pensaba.

—Creíste que porque tengo alguien que cocine para mi, no iba a hacerlo yo mismo.

Me encogí un poco en mi lugar, porque eso era exactamente lo que pasó por mi cabeza. Y no quería admitir que él había descifrado mi pensamiento, cuando yo no había podido darme cuenta que pensé erróneamente sobre él.

—Bueno, si —acepté algo avergonzada. Él negó con la cabeza con una sonrisa amarga y volvió a lo suyo.

Casi pude oírlo decir "igual que todos" pero creo fue mi imaginación.

Al parecer, esto generó una especie de barrera entre nosotros. Quizá fue un mal movimiento mío creer que porque tuviesen gente que hiciera todo por ellos y pagarle cantidad de billetes a quien quisieran, no lo harían ellos. Pero por favor, es lo que cualquier persona creería. Pero una vez más, los hermanos me dejaban en claro que no eran lo que todo el mundo creía. No eran lo que yo esperaba.

Los chicos de Terralta (Parte I y II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora