Mi alarma sonó a las diez de la mañana. Hubiese preferido dormir más, pero temía que alguno no estuviese si me tardaba demasiado. Me levanté de la cama, me coloqué unos shorts de jean, una camiseta y entré en el baño. Cinco minutos más tarde, ya peinada y aseada, tomé mi teléfono para salir de mi cuarto. Esperar el elevador se hizo eterno pero por fin llegó. Dos personas se bajaron en el piso seis pero yo seguía hasta arriba. Las puertas metálicas se abrieron y allí estaban esas letras doradas que solían darme miedo. Pero no esa mañana. Esa mañana solo reafirmaron mi bronca cuando choqué mi puño deliberadamente contra la puerta varías veces.
—¡Ábranme, maldita sea! —grité cuando oí voces dentro pero no oía pisadas de alguien hacia la puerta.
Cuando esta se abrió y vi a Damek descalzo, entendí por qué no oía sus pasos. Tenía solo un pantalón pijama y cara de que se había levantado hacía pocos segundos.
—¿Buenos días? —dijo con sarcasmo y confusión al verme allí, toda furiosa casi tirando su puerta abajo.
Eiden sentado a la mesa y Argus parado frente a la cafetera se giraron para verme, mejor dicho, para ver quién era. Como siempre, con pantalones y sin camiseta. No podía culparlos, estaban en su jodida casa y yo era la que llegaba irrumpiendo.
—Ojalá —respondí entrando como si fuese mi casa. Él levantó una ceja y cerró la puerta cuando vio que me paré frente al sofá. —¡Quiero que los cuatro se sienten aquí, ahora! —grité apuntando el sofá.
Los tres se miraron entre ellos y volvieron a lo suyo. Eiden bostezó mientras estiraba sus brazos hacia atrás. Argus se sirvió café en la taza para dejarla frente a su silla en la mesa.
—Skyler, ¿qué te... —comenzó Damek, intentando tomar mi brazo para que me calme.
—¡Es en serio! ¡Ya! —les grité molesta.
—De acuerdo, relájate —dijo él con los ojos abiertos y las manos en alto, notando que en serio estaba enojada. Se sentó frente a mí y observó hacia atrás.
—Está bien pero deja de gritar —pidió Eiden tocándose la cabeza como si le doliera y caminó hacia el sofá.
—Me voy a sentar aquí solo porque yo quiero sentarme aquí —comentó Argus con autosuficiencia y revoleé los ojos.
—¿Dónde está el cuarto? —pregunté por Blas, cruzándome de brazos.
La puerta del baño junto con el agua del retrete sonó y Blas salió de allí, rascándose la cabeza y bostezando. Se detuvo al ver a sus tres hermanos mirándolo y a mí, parada frente a ellos. Con los brazos cruzados y totalmente enojada.
—¿Qué mierda está pasando? —preguntó frunciendo el ceño y revoleé los ojos. Como si no supieras.
—Ven y siéntate aquí —le ordené y por alguna razón, obedeció rápidamente.
Era divertido ver a los cuatro, sentados frente a mi, mirándome expectantes a lo que debía decir. Pero no debía desenfocarme, estaba molesta. Y ellos tenían que saberlo. Tenía que enfrentarlos de una vez por todas o esa locura no acabaría nunca.
—La historia es muy larga pero la haré terriblemente corta. Me acosté con un chico en una fiesta en Kentucky hace un año. Intercambiamos números, pero jamás vi su rostro.
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Los chicos de Terralta (Parte I y II)
JugendliteraturSkyler Marin es una pueblerina con un gran talento para la arquería. Una noche en una fiesta de disfraces, se acuesta con un misterioso chico con máscara al cual le pide su número. Se enamora del extraño, pero todo termina pronto, pues él jamás quis...