Las luces pasaban frente a mí pero yo no veía nada. Restaurantes, carteles, semáforos, las luces de los autos. Pero todo estaba borroso desde la ventanilla del taxi que tomé. Mis dedos se enredaban entre ellos sobre mis jeans mientras mi corazón y mi mente se enredaban aún más. Podía oír mi corazón latiendo rápidamente y estaba segura de que estaba sudando en frío. Intentaba deducir algo más de la llamada de Blas, porque no dijo más nada. Solo dijo que me enviaba la dirección y luego colgó.
¿Qué había sucedido? ¿Qué hacía Argus en Nuevo México otra vez? ¿O nunca se fue? ¿Qué hacían en el hospital? ¿Argus había tenido un accidente? ¿O Eiden, o Damek?
—Señorita, ¿se encuentra bien? —preguntó el taxista, que ya me venía mirando por el espejo retrovisor hacía rato. Probablemente, creía que me desmayaría en su asiento trasero. Porque hasta yo me podía imaginar totalmente pálida y con falta de orientación.
—Si, estoy bien. ¿Puede darse prisa? —exigí, esperando que no se molestara, pero en ese preciso momento me daba igual. Me dio una última mirada y volvió a conducir, presionando un poco más el acelerador.
No quise sacar más teorías ni conclusiones, a fin de cuentas iba a terminar pensando algo que seguramente no sucedía. Pero no podía evitarlo. Sabía que no era una tontería, de lo contrario Blas no me habría llamado a las doce de la noche para hacérmelo saber.
De un segundo a otro, todo había pasado a segundo plano. Mis ganas de saber si estaba con Layla, si estaba en su casa, si estaba con alguien. No me importaba en lo absoluto, solo quería que estuviese bien. Que nada de todo esto hubiese sucedido.
—Quédese con el cambio —dije entregándole un billete y saliendo de allí rápidamente. No tenía tiempo de esperar por el vuelto.
Abrí la puerta con torpeza y la cerré con más fuerza de la que esperaba. No supe si oí al taxista largarme unas cuantas palabrotas por la puerta, pero no me importó. Casi troté hasta la entrada y la empujé con fuerza. Las luces blancas me cegaron durante unos segundos, porque hacía menos de diez minutos estaba durmiendo en mi habitación en penumbras. Me acerqué al mostrador dónde vi dos empleadas detrás de computadoras y ellas subieron la vista hacia mí.
—Disculpen, vengo a ver a un amigo —intenté encontrar mi voz, pero salió más tapada de lo que esperaba.
—Nombre y apellido —pidió ella con una sonrisa amable que no pude responder en ese momento. Seguramente, la empleada acostumbraba a recibir gente nerviosa. Y yo hacía muchos años no pisaba un hospital. De pronto estar allí por él, revolucionaba todo dentro de mí.
—Argus Rinaldi —dijo mi voz, temblorosa y resbaladiza. Sin poder creer que se tratara de él.
Ella tecleó a gran velocidad durante casi veinte segundos y me pregunté si tenía que deletrearle su nombre porque lo estaba escribiendo mal o en realidad era tan difícil encontrar su cuarto.
—Habitación doscientos seis. Por la escalera, a la izquierda —dijo cuando yo ya me había adentrado al pasillo.
—Gracias —avisé ya subiendo los escalones. Casi resbalé en el último e intenté calmarme, porque si no tenía cuidado, yo iba a terminar en una camilla también.
Caminé rápidamente, sin llamar la atención de nadie por el pasillo y todo se vino abajo cuando doblé. Al final del corredor, noté a tres personas que ya conocía. Solo ellos tres, dónde faltaba uno. Verlos me revolvió el estomago, porque todo era real. En ese instante, no podía ser un sueño o una broma. Todo estaba pasando.
Me acerqué a ellos para notar que estaban los tres. Damek con la cabeza apoyada en sus manos, sus codos en sus piernas y probablemente, mirando el suelo. Eiden sentado en las sillas frente a él, desplomado y mirando el techo, como si quisiera entender qué sucedió. Y Blas, que caminaba entre los dos, de un lado al otro, para repetir el camino.
ESTÁS LEYENDO
Los chicos de Terralta (Parte I y II)
Fiksi RemajaSkyler Marin es una pueblerina con un gran talento para la arquería. Una noche en una fiesta de disfraces, se acuesta con un misterioso chico con máscara al cual le pide su número. Se enamora del extraño, pero todo termina pronto, pues él jamás quis...