Cap.19 "¿Está mal sentirse solo?".

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Él tomó mi brazo y me metió a la fuerza al asiento del copiloto, mientras yo me quejaba de lo rápido que me había movido. Cerró la puerta y lo hermético del auto me hizo oír hasta mi propia respiración, el aire acondicionado encendido me recordó las lágrimas que tenía en las mejillas pues se sentían frías. Un par de personas que vieron como casi me suicidé en plena avenida del centro, le preguntaron si me conocía, al parecer nadie iba a dejar que me fuera con un desconocido como estaba.

Lo vi hablar y explicar con mucha tranquilidad y cuando las personas siguieron su camino, rodeó el auto para sentarse frente al volante. Cerró la puerta con más fuerza de la necesaria y se pasó las manos por el rostro, como frustrado por el momento. Se giró hacia mi asiento y me observó dos segundos, intentando descifrar algo.

—¿Qué crees que hacías? —preguntó más molesto que intrigado.

—Tomar un taxi —respondí encogiéndome de hombros, negada a seguir riéndome y prefiriendo llorar. Porque ya había pasado el momento del alcohol y la risa, ahora solo quería llorar.

Lo vi ladear la cabeza con los ojos entrecerrados en mí y volvió a soltar un suspiro que le llevo tiempo inhalar. Se tiró sobre mí como presa hambrienta y retrocedí por inercia. Porque probablemente con tanto alcohol encima, aceptaría besarlo pero no era un buen momento.

—¿Qué haces? —pregunté antes de ver que pasaba el cinturón de seguridad por mi pecho. Entonces me sentí estúpida.

—Evito que te estrelles en el parabrisas si chocamos —respondió fastidiado para introducir la llave del auto. Ni siquiera sabía que alguno de los hermanos DeLuca tuviese auto.

—¿Acaso no sabes conducir? —espeté cruzándome de brazos y mirándolo, sabiendo que esa pregunta lo fastidiaría.

—Sé conducir, pero los accidentes también ocurren cuando hay peatones idiotas. O ebrias buscando taxis —agregó y revoleé los ojos, oyendo su cinturón.

Encendió el motor del auto y de pronto con mucha facilidad, nos movíamos por la avenida del centro, probablemente hacia Rinaldi pero no iba a preguntarle. Solo quería llorar en silencio, porque ese era mi maldito plan de esa noche.

—¿Todo está bien? —preguntó cuándo oyó que sollozaba, pero no dejó de ver hacia el frente.

—Si, estoy bien —respondí secándome las lágrimas. Porque el extraño no se merecía ni una de mis lagrimas. Y aunque yo quería llorar mares, sabía y tenía presente que no se las merecía.

—Tu cara no dice lo mismo —acotó doblando hacia una calle más desierta. Revoleé los ojos, porque esa habría sido la respuesta de cualquiera de sus tres hermanos, si me hubiese encontrado otro de ellos.

—¿A dónde vamos? —pregunté intentando cambiar el tema y esperando que charlar me quitara las ganas de llorar hasta deshidratarme.

—A Rinaldi —dijo obvio, deteniéndose en un semáforo y dándome un vistazo.

Jugué con mis dedos, sintiendo su mirada por todos lados, como si intentara revisar que estaba bien de ese horrible momento de susto.

—¿Qué tanto tomaste? —preguntó un poco preocupado y me sorprendió un poco. No contesté al instante, pues estaba pensando la respuesta. Volvió a arrancar y esperé que dejara de mirarme porque en ese momento, me ponía de los nervios.

—No lo sé, ¿mucho? —señalé y lo vi negar con la cabeza.

—Pues me avisas si quieres que abra la ventanilla —avisó y asentí con la cabeza, deseando por dentro no querer vomitar nada. Pero aún así, bajó el vidrio de mi puerta.

Los chicos de Terralta (Parte I y II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora