Revisé mi teléfono mientras me dirigía al comedor para desayunar. El extraño había ignorado todos mis mensajes desde el sábado por la noche que olvidé por completo que estaría en mi puerta. No dejaba de reclamarme a mí misma ser tan estúpida, pero ya nada haría que pudiese cambiar lo que sucedió. Al menos Damek me dijo que no cuando lo invité a subir a mi cuarto, que horror llegar a medio vestir luego de una sesión de besos en el elevador. ¿O Damek no quiso subir porque quería fingir que me estuvo esperando en la puerta durante varias horas?
Cuando estuve en mi cuarto para dormir esa noche, revisé que tenía dos mensajes suyos. Uno decía que en una hora estaría en mi puerta y el otro, enviado una hora y media más tarde, me preguntaba si estaba allí. Cada vez que recordaba la forma en que estaba sentado, como si odiara haber ido para encontrar mi cuarto vacío, me daba una sensación horrible en el pecho.
Revisé mi teléfono otra vez, a pesar de que lo había hecho hacia solo un minuto, pero el extraño no había entrado a la línea. Me pasé la mano por el cabello, totalmente frustrada por la situación. Tomé una taza que llené con café y leche, unas cuantas tostadas y me dirigí a nuestra mesa de siempre.
Allí me senté mientras leía los casi veinte mensajes que le envié desde el sábado a la noche hasta ese entonces lunes por la mañana. Él había entrado un par de veces a la línea durante la tarde del domingo, pero se rehusó a entrar a mi chat por mucho que yo le insistí. Le había pedido disculpas unas trece veces por no estar allí, por olvidarlo. Porque era la verdad, lo había olvidado. Pero sabía conociéndolo, que él creería algo retorcido, como que yo no quería verlo o que estaba jugando con él. No podía hacer eso, no luego de la forma en que intentó subirme el animo después del horrible momento en la suite Rinaldi.
Incluso yo creí que...
—Hola —escuché una voz que no era la de Tiara ni la de Eagle—, ¿puedo sentarme aquí? —preguntó Blas frente a mi, a pesar de que ya se había sentado.
—Si —respondí con una sonrisa leve, intentando ocultar lo desanimada que estaba. Lo vi morder su tostada mientras observaba mi rostro.
—¿Qué pasa? ¿Eiden aún no se ha disculpado? —preguntó por mi rostro poco expresivo.
Sonreí un poco y negué con la cabeza. El recuerdo de todo el horrible momento que pasamos en ese almuerzo en la suite Rinaldi vino a mi mente y me odié un poco más, porque ya tenia suficiente con el extraño.
—Si, lo hizo. El sábado en Terralta —le expliqué y lo vi asentir con la cabeza mientras masticaba.
—¿Entonces por qué las ganas de morir? —exageró y revoleé los ojos bebiendo de mi taza. Se rio cuando tragó su comida y revisé mi teléfono una vez más, pero nada.
—Hice algo terrible —respondí sin querer darle mucha explicación y me encogí de hombros.
—Por favor —se quejó y levanté la mirada para verlo—. Te cogiste a tres hermanos, ¿qué puede ser peor que eso? —bromeó riéndose y escondí una sonrisa.
De hecho, fueron casi cuatro, pero quién los cuenta.
—Yo... Dejé plantada a una persona que de verdad quería ver —le expliqué y lo vi hacer una mueca de dolor—. Si, llevaba más de un año intentando que nos viéramos y cuando tuve la oportunidad, lo arruiné —agregué, queriendo volver en el tiempo y cambiar unas simples hora del sábado por la noche.
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Los chicos de Terralta (Parte I y II)
Ficção AdolescenteSkyler Marin es una pueblerina con un gran talento para la arquería. Una noche en una fiesta de disfraces, se acuesta con un misterioso chico con máscara al cual le pide su número. Se enamora del extraño, pero todo termina pronto, pues él jamás quis...