Una de las mejores sensaciones me despertó. Eran un par de dedos, enterrándose en mi cabello y moviéndose hasta salir de ellos. Para volver a repetir el proceso una y otra vez, lenta y suavemente. Desperté pero no pude abrir los ojos, por el contrario, sus caricias me obligaban a volver a dormirme en mi lugar. Fue luego de unos largos minutos que me percaté de que no sabía quién estaba a mi lado. O mejor dicho, detrás de mí.
Me moví en mi lugar, girándome y no me sorprendí del rostro junto al mío. No pude evitar sentirme feliz, que una sonrisa pequeña apareciera en mi rostro y que mi pecho se sintiera en paz. Por un segundo me pregunté cómo había llegado allí y por qué estaba en su cuarto, no sabía qué día ni qué hora era. Pero cuando mis ojos dieron con su rostro, todo eso se esfumó. No importó realmente, solo quise mirarlo.
Su cabello castaño oscuro, un poco rizado en las puntas. Su nariz pequeña respiraba en paz, durmiendo. Sus labios juntos, quise rozarlos suavemente pero podía despertarlo. Sus párpados cerrados, sus pestañas oscuras que quise tocar con mi dedo. Sus cejas apuntando en diferentes direcciones y los lunares de su cuello.
No supe si pasaron diez segundos o casi dos minutos, pero en ese tiempo supe que podría estar todo el día observándolo. Pero qué gran tortura era no poder tocarlo. Aunque sí podía, solo que no quería despertarlo. Entonces me percaté de que movió un poco la cabeza, aún casi dormido.
Pasé mis brazos al rededor de su cuello y subió las curvas de su boca, sonriendo apenas, demostrando que estaba despierto. Subí mi pierna, enredándola con las suyas y sus manos me tomaron por la cintura, empujándome contra él. La sonrisa en mi rostro se hizo más grande.
Mis dedos se enredaron en los mechones de cabello sobre su nuca y los enrollé, como si quisiera formar rizos aún más definidos. Los estiraba y luego los volvía a enrollar, pasando mis uñas suavemente por la piel de su espalda. Apenas hizo un sonido con su boca, indicando que eso le gustaba.
—Buen día —susurré algo dormida.
—Buen día —respondió su voz ronca, enterrando su rostro en mi cuello y dejando besos lentos que me hicieron cosquillas.
Me aferré aún más a su cuello, como si quisiera que no se fuera nunca de allí. Su cuerpo emanaba calor junto al mío y las mantas sobre las sabanas hacían de esa mañana de invierno algo más cálido. Por la ventana veía un día totalmente nublado, frío y oscuro. Incluso me animaba a decir que podría llover en cualquier momento. La idea solo me animó a quedarme allí por el resto del día.
Una de sus piernas se movió un poco bajo las sábanas y con las mías la envolví para apretarla, sin querer rozándolo en la entrepierna. O tal vez si quise. Nunca lo sabrán.
—Skyler —me reprochó por lo bajo y no pude evitar apretar los labios. Porque él sí sabía que había sido intencional. Él me conocía.
—¿Qué? —canturreé divertida, como si no hubiese hecho nada malo. Pero acababa de despertarse, tenía que tener un poco más de tacto.
—¿Qué te he dicho que sucede en las mañanas? —habló su voz ronca y agradecí que no viera como mordí mi labio luego de oírlo.
—No lo sé. ¿Quieres mostrarme? —pregunté burlona y cuando se rio, me reí con él.
Abrió uno de sus ojos para observarme y lo miré fijamente, aún con una sonrisa. Él cerró su ojo abierto y sonrío para volver a abrir ambos. Apretó sus manos en mi cintura mientras sus ojos me observaban. Casi fascinado, casi inverosímil.
—¿Qué sucede? —pregunté, aún moviendo mis dedos en su piel.
—Por fin estás aquí —susurró—. Había imaginado muchas veces que me despertaba y estabas a mi lado. Entonces solo me volteaba y no estabas. Nunca estabas y todo era mi culpa. Porque jamás te dije quién era y nunca accedí a volver a verte.
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Los chicos de Terralta (Parte I y II)
Novela JuvenilSkyler Marin es una pueblerina con un gran talento para la arquería. Una noche en una fiesta de disfraces, se acuesta con un misterioso chico con máscara al cual le pide su número. Se enamora del extraño, pero todo termina pronto, pues él jamás quis...