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María había estado caminando por los pasillos por un buen rato cuando llegó hasta aquel lugar.

El patio era verdaderamente hermoso, nunca habría imaginado que algo tan hermoso como ese lugar estuviera oculto en aquel enorme castillo que lo único que inspiraba era miedo. Los arbustos de rosas invernales llenaban el patio y unas hermosas flores azules los decoraban, En el centro de aquel patio pudo encontrar una enorme fuente de agua, la cual se había congelado en el aire.

Fue muy tarde para esconderse cuando vio a la pareja parada en frente de la fuente. Una joven pareja que se abrazaba, pudo ver al hombre que abrazaba a la mujer por la espalda. Esa escena era exactamente lo que se imaginaba cuando pensaba en el amor, ella deseaba algo igual a eso, que alguien que ella enserio amara la abrazara de esa manera y le dijera que solo la amaba a ella, como el joven acababa de decirle a su enamorada. Ese tipo de amor jamás lo conseguiría con alguien como su prometido. Sintió angustia al pensar que su padre la obligará a casarse con aquel hombre solo por el hecho de que ella necesitaba un consorte a su lado.

No quería aceptarlo, pero su padre tenía la razón cuando le decía que un hombre digno debía ser el consorte, un hombre que la pudiera proteger, no solo a ella, sino a su reclamación sobre el trono.

En ese preciso momento, cuando se había dejado llevar por sus pensamientos vio cómo la joven se alejaba dando grandes zancadas, pudo ver su rostro durante unos segundos, era hermosa, pero la mirada que le dirigió era de desprecio. Luego de que pasara junto a ella, se quedó mirando al joven que parecía estar muy angustiado. Vio como se dejaba caer en un banco y como con sus manos desnudas tomaba un montón de nieve y se lo pasaba por el rostro. Casi perdió el equilibrio cuando vio que se levantaba y se acercaba.

María se asustó, había estado espiando aquel momento de intimidad entre los amantes, algo que no era muy apropiado. Debía esconderse, pero no tuvo tiempo, el joven se acercó tan rápido que a duras penas pudo ver su rostro.

Era Andros, su prometido, el cual la fulmino con la mirada y por unos segundos tuvo el presentimiento de que estaba en peligro, pero Andros simplemente pasó a su lado dando zancadas.

Camino hasta estar frente a la fuente y se sentó en el lugar que hasta unos instantes ocupaba su prometido. No podía creer lo que había visto, ese hombre ¿era de verdad su prometido?, el mismo que en todo momento estaba rodeado de sus hombres, el mismo hombre que la miraba con una frialdad tan profunda, que pareciera que en vez de ver a su prometida o a una personas estuviera viendo a una roca sin vida.

No importaba nada más que llegar a sus aposentos. Estaba cansada y confundida, había bebido demasiado vino y poco a poco comenzaba a perder el equilibrio. Cuando llegó hasta la puerta de su habitación apoyó la cabeza en ella. ¿De verdad esa persona que había visto en el patio era su prometido?

Entró en sus aposentos y rápidamente se dejó caer en su cama. La combinación del vino, la suavidad de las sabanas y el calor que provenía de la chimenea fueron suficientes para que al instante de tocar las sábanas y taparse con ellas, quedó suspendida en la nada y terminó durmiendo tan profundamente que sería imposible que cualquier cosa pudiera despertarla nuevamente.

Fue muy difícil para ella despertarse a la mañana siguiente. La resaca que tenía era insoportable y sentía un horrible sabor de boca. Se acercó a la mesa que estaba en medio de sus aposentos y con cuidado lleno de agua la fuente de plata que habían dejado sus sirvientes, se limpió el rostro y tomó unas hojas de menta para quitarse aquel mal sabor de boca.

Mientras se cepillaba el cabello pudo escuchar algo que hasta ese momento no había notado, era el ruido del metal chocando con metal. Cuando se acercó a las ventanas pudo ver que en el patio principal del castillo había decenas de hombres luchando. Se aterró al ver aquella escena, pero rápidamente se dio cuenta de que aquellos hombres estaban entrenando y se relajo. Se quedó allí parada junto a la venta viendo como los hombres luchaban. Reconoció a su padre, que estaba vestido con una armadura de práctica y luchaba contra el señor Oscar, la batalla claramente era más favorable para su anfitrión, después de todo, su padre era mucho más bajo que él y el señor Oscar era un gigante con armadura.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora