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Según los informantes de Maria su esposo se habia reunido con los mercenarios y sus números eran muy superiores a los que Maria esperaba. También le habían informado de la reunión y de las prostitutas que habían acudido. También sabía que su esposo se habia llevado a una de esas putas a su tienda y esperaba tenerlo enfrente para hacerlo pagar por esa infidelidad.

Pero como reina, no podía darle más importancia a una puta que la guerra que se acercaba, necesitaba enfocarse en los ejércitos que debía mandar a la guerra y los que debía destruir para proteger a su nación y sus súbditos.

Como se habia logrado imponer ante el consejo de guerra, cada reunión se resumía en informes y la aprobación de Maria ante el avance de los preparativos, en dos días todos los soldados estarían listos para marchar a occidente y unirse a las fuerzas de Lord Redsea y los nobles de occidente.

Maria sabia que no volvería a ver a su esposo hasta que la guerra hubiese terminado, le habia dado ordenes que trajera a esos mercenarios a la capital, pero sabía que eso no ocurriría, Andros marcharía a occidente con los mercenarios y se unirá a Redsea antes que las tropas de Maria llegarán. A diferencia de su padre, ella no intentaría darle órdenes a su esposo, eso no servía con un hombre como Andros, en cambio, si lo conoces y sabes cómo funcionaba su mente era sencillo hacer que tus planes se beneficiarán con las acciones de su esposo. La maldición de Andros era la incapacidad de no poder mirar a otro lado o quedarse quieto e inactivo ante las injusticias del mundo y Maria habia aprendido a contar con eso.

Fue por eso que cuando en la reunión los nobles volvieron a quejarse de Andros, por haber desobedecido y marchado a occidente, Maria no estaba sorprendida y no le dio importancia a las quejas y súplicas de que lo castigara.

Algo que en cambio no estaba pudiendo controlar con respecto a sus planes, era la gran oleada de campesinos que acudían a la capital en busca de refugio, las aldeas que rodeaban la ciudad estaban repletas de refugiados y dentro de poco, si seguían llegando a ese ritmo ya no tendría donde meterlos. Lo peor era que esas personas venían de occidente escapando de lo que venía, pues al parecer Lord Redsea habia decidido levantar todas las cosechas y transportar las reservas de granos a las ciudades del norte, justo en la frontera con los territorios Whitewood donde Maria habia ordenado que las tropas de la familia de su esposo estuvieran listas para acudir al sur en apoyo de sus fuerzas en caso de necesidad.

En el sur las cosas no eran mejor, los nobles locales no paraban de ofrecer hombres a sus fuerzas ignorando completamente que les habia ordenado mantener sus fuerzas para el supuesto caso de que el reino de Urna hiciera un movimiento contra ellos en medio de la guerra. Maria sabía que si algo era seguro era el hecho de que sus vecinos del sur no desaprovecharon la oportunidad antes y no lo harían ahora.

Estando sentada en una de sus salas con un libro en la mano y dos de sus damas de compañía allí presentes que se dedicaban a hablar de los caballeros que las cortejaban o aquellos que ya habían marchado junto con su esposo y su guardia personal.

Maria no pudo evitar pensar en Andros, ¿en serio la habia engañado?, ella siempre pensó que era mejor hombre que eso.

- ¿Majestad? - le preguntó una de sus damas - ¿se encuentra bien?.

Levantó la mirada y vio como las dos jóvenes la miraban, aunque llamarlas jóvenes era ridículo, debían tener su misma edad o unos pocos menos que ella.

- Estoy bien queridas - dijo dandose cuenta de que habia hablado exactamente como lo hacía su madre.

- Debe ser difícil tener que alejar al hombre que ama majestad y aun mas enviarlo a la guerra - comentó una de las jóvenes apoyando su mano sobre la suya.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora