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Su reencuentro con su esposo no duró mucho, después de todo, sus heridas eran verdaderamente terribles, verdaderamente le conmovió saber que lo único que lo había hecho saltar de la cama y recorrer todo el castillo herido, fue saber si ella se encontraba bien.

Luego de ver que estaba bien, Malco se lo llevó a donde fuera que debía estar. Por lo que le habían dicho, Andros había matado a Lanza Sangrienta en combate singular, pero no sin antes ser herido fatalmente y toda la lucha que les llevó a sus hombres sacarlo del campo de batalla para que pudiera ser atendido por los sanadores.

Maria sabia muy bien que esto podría pasar, el idiota había marchado, luchado y casi había sido asesinado por sus enemigos. Habían ganado, no quedaba casi ninguna oposición en todo el norte y se podía ver un ambiente muy diferente en el lugar, pues ahora parecía que las personas dejaban de lado un gran peso. Muchas personas dejaron el castillo en pocos días, volvían a sus aldeas para seguir con su trabajo, ahora que era verano era tiempo de cultivo, esas eran las palabras que decían ahora.

Ella ya se había recuperado hace mucho y las tropas que su padre había enviado ya se habían marchado de regreso a su hogar, pero ella aun no podría regresar, no hasta que Andros se recuperara por completo. Algo que estaba llevando mucho tiempo.

- Lo lamento querida niña - dijo el viejo John mientras se levantaba de su silla - Andros se está recuperando, pero tan lentamente que me preocupa.

Si algo había aprendido desde que estaba entre los muros de Las Diez Forjas es que John no era una persona que exagera o minimiza las cosas con tal de asustar o aliviar a las personas. Era una persona directa, seca y que en lugar de hablar mucho prefería usar pocas palabras.

- ¿Pero cómo? - le pregunto - se supone que la herida ya cerró, ¿entonces porque no se recupera?.

El anciano miró al inconsciente Andros que estaba acostado en una cama entre los dos.

- Ese maldito de Lanza Sangrienta no uso una arma ordinaria cuando atravesó a Andros - le dijo tomándole la mano a Andros - el arma que utilizó ese bárbaro era una daga tramontina, echa especialmente para penetrar y desgarrar la carne con el objetivo de hacer el mayor daño posible.

- Eso quiere decir que la herida es más grave de lo que parece.

- La herida no es el problema - soltó la mano de Andros y cruzó los brazos - el problema es el daño interno, he hecho todo lo posible, pero nunca había tratado una herida igual.

Parecía que María estaba haciendo un gesto que delataba lo angustiada que se encontraba pues el anciano parecía buscar que decir que pudiera tranquilizarla.

- Pero no debes preocuparte por su vida - le dijo finalmente - su vida ya no se encuentra en peligro.

Luego de haber dicho esto, el anciano se retiró, dejándola a solas con su esposo.

No lograba entender porque le seguían suministrando esa poción que no lo dejaba despertarse, cada día a la misma hora venia el viejo John y hacia que el casi despierto Andros bebiera una pócima de color gris que lo hacia caer nuevamente en un largo sueño. Entendía que debían cuidarlo, pero no entendía el porque no podían dejarlo despertar y estar consciente.

María se quedó allí sentada justo al lado de Andros que dormía plácidamente, estaba adelgazando mucho y en los leves momentos que despertaba, solo podían darle agua para que pudiera soportar la poción.

Tomó su mano y la mantuvo entre las de ella, la mano de Andros apretó las suyas, por un momento pensó que podría llegar a despertar, pero sólo pareció ser un gesto, un reflejo mientras dormía. Nunca se había fijado en las manos de Andros, eran grandes, con dedos largos y elegantes, pero eran ásperas y duras, como la piedra, también estaban llenas de largas cicatrices rosadas que contrastaba con su blanca piel.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora