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No pasó mucho tiempo antes de que el rey comenzará a exigir sus promesas. Pues en la desesperación de ir al norte a luchar, Andros había prometido que haría lo que el rey quisiera si de esa manera lo dejaba marchar a la guerra.

- Es mi última palabra Andros - le dijo por sobre la copa que sostenía, dio un pequeño sorbo y lo miró nuevamente a los ojos - te casaras con María y si te opones, creo que sabes de lo que soy capaz, tu mente es muy brillante y tan maquiavélica como la mía.

- Usted no me dejó ir - le volvió a aclarar el joven - tuve que batirme a duelo con su caballero, tuve que tomar su vida y como recompensa exigí partir a la guerra.

- ¿Crees que puedes convencerme? - dijo el rey casi iracundo - cuando digo que es mi última palabra es porque es mi última palabra y mi voluntad es ley y orden en mi reino.

Andros simplemente se inclinó ante el rey, conteniendo con una fuerza de voluntad incomparable el deseo de golpear el rostro de aquel hombre. Si quería detener al rey, solo una persona podría ayudarlo, y esa era la reina.

La encontró en uno de los jardines interiores acompañada por un par de doncellas, la reina parecía complacida de verlo. Como si estuviera esperando que apareciera. En el corto tiempo de conocer a esa mujer, pudo entender cuán peligrosas e inteligentes podrían llegar a ser las mujeres. Pudo ver también que la belleza de la hija había sido heredada de la madre, pero parecía que hasta el momento el carácter de la hija es el del padre.

- El joven Andros - dijo cuando estuvieron a solas - te empiezan a llamar Campeón del Norte en la corte. ¿Qué opinas?, en mi opinión, es un gran título que demuestra el poder de un consorte real.

- No soy campeón de nada - le respondió aburrido - y de lo que quiero hablar es de su esposo.

La reina no se mostró sorprendida, las pocas veces que hablaban, solo lo hacían sobre el rey y su hija.

- Veo que mi esposo cumplió con sus amenazas - comentó mientras se sentaba en un banco cercano - suele hacer promesas de venganza o de fuerza en la cena o antes de dormir, veo que esta vez si cumplió.

- Quiere obligarme a casarme lo antes posible con su hija - le declaró Andros con desprecio.

La reina simplemente se quedó sentada y mirando como sus doncellas jugaban a un extraño juego de cartas.

- Creo que he cumplido con mi parte - le dijo Andros - usted prometió que si yo mantenía a raya a los indeseables aspirantes a su hija, se encargaría de que este matrimonio nunca se produjera.

- ¿Tanto te desagrada la idea de ser el consorte de mi hija? - preguntó la reina con un claro gesto de enojo.

- El problema es que no quiero casarme - declaró con humildad - no importa quien sea la mujer, no quiero casarme.

La reina lo miró de una manera, que le mostró en ese instante que Andros había cometido un error, pues ese rostro mostraba el claro placer de que su presa cayera en su trampa.

- Pobrecita Helena si se llegara a enterar de esto - le dijo la reina con malicia - no puedo convencer a mi esposo.

- No se atreva a decir su nombre - le gritó Andros, que no pudo evitar que el miedo se apodere de él.

- No te atrevas a gritarme - dijo de forma imperiosa la reina y aquellos hermosos ojos verdes se convirtieron en hielo - este fue tu destino desde el momento en que tu padre recibió esa flecha por mi rey.

- ¿De qué habla?.

- Claro, nunca te lo dijeron verdad - le respondió la reina en un suspiro - seguramente te dijeron que tu padre murió en combate, y eso es verdad, pero no del todo. En la última de las batallas, tu padre y mi esposo se vieron rodeados por sus enemigos, fue una flecha envenenada, que se había lanzado poco tiempo después de la muerte del usurpador para eliminar al rey, pero tu padre se interpuso y recibió la flecha.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora