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La noticia le llegó a la noche, mientras dormía en los brazos de su esposo, su padre, el rey Guillermo había muerto mientras dormía, una muerte tranquila y que según los sanadores era la mejor manera de irse de este mundo, tranquilo y sin dolor. Eso fue el inicio de su reinado, pues mientras lloraba a los pies de la cama donde descansaba el cuerpo de su padre, los miembros del consejo se arrodillaron despidiendo a su rey y jurando desde ese momento su lealtad a la nueva reina.

Su madre estaba sentada en una silla mientras sostenía la mano sin vida de su padre, no parecía haber forma de que soltara la mano del rey. Guardaron luto toda la noche, mientras a su alrededor comenzaba a plantearse la transición más ordenada para que ella pudiera ocupar el trono. Por fortuna, ella no sería la primera reina en sentarse en el trono, gracias a la primera reina, la reina Ana, ella podría reclamar el trono sin ninguna complicación. El trono era de ella.

Durante toda la noche estuvo allí en la misma estancia que su fallecido padre y de vez en cuando recibía noticias de que se habían enviado noticias a cada rincón del reino para informar el deceso del rey y que cada vasallo debía acudir a su coronación para jurarle lealtad. Andros también se quedó allí y él también recibía de vez en cuando a un hombre que no conocía con pergaminos que al parecer debían ser entregados a su esposo.

- ¿Qué son esos pergaminos querido? - le pregunto mientras leía uno de ellos para a continuación dejarlo arder en la chimenea.

- Tu padre te dejó el trono - dijo con amabilidad mientras en sus fríos ojos verdes se reflejaban las llamas donde ardía el pedazo de pergamino - a mi me dejo otra clase de responsabilidades, cuando llegue el momento te informaré todo.

Eso era suficiente para ella, su esposo ya se había ganado su completa confianza, llevaban ya más de dos años casados y se habían contado todo el uno al otro, incluso los sueños que tenían de niños habían sido revelados al otro. Si Andros decía que algo se le sería revelado, era porque debía asegurarse de que aquello que debía revelar fuera verdaderamente confiable.

Desde que su padre había caído enfermo era ella la que representaba los intereses de la corona y gobernaba en nombre de su padre, su padre así lo había querido cuando la enfermedad había llegado a tal grado que no podría dejar sus aposentos. Al final el rol de su padre en estos últimos años había sido el de un consejero de última instancia y garante de poder. Ahora el único cambio era en cabeza de quien descansaría la corona. De cierta manera era la enfermedad de su padre la que le dio la oportunidad de prepararse para ocupar el trono en ese momento.

Con la salida del sol llegaron los sacerdotes que serían los encargados de preparar el cuerpo de su padre para el descanso eterno. Finalmente se habían llevado el cuerpo de su padre, pero su padre no daba ningún rastro de querer moverse de donde estaba, María se preocupó, acababa de perder a su padre y ahora parecía que algo estaba mal con su madre.

Cuando se decidió a acercarse a ella para ver qué podía hacer, Andros se le adelantó y caminó hasta donde se encontraba.

- Majestad - dijo mientras se arrodillaba a su lado - ¿Por qué no descansa?, estoy seguro que un buen descanso le hará muy bien.

Su madre no parecía reaccionar a lo que le estaban diciendo, estaba sentada en una silla, con la mirada perdida en dirección a donde antes estaba su padre, como si aun lo pudiera ver allí acostado.

- Una vez - agregó Andros - hace mucho tiempo me dijo que cuando fuera el esposo de María, usted sería mi familia, así que por favor madre, ¿puede mirarme?.

En ese momento su madre reaccionó y los vio a ambos, volvió a ver el lugar donde su padre había estado y se levantó. Andros la ayudó y cuando estuvo parada, se acercó a ella.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora