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El viaje llevaba ya varios días, mientras que su padre y sus caballeros montaban a caballos armados con espadas y armaduras, ella y su madre viajaban en un enorme carruajes de madera que era inmenso. Con ellas viajaban dos doncellas, la de su madre y la de ella.

Mientras más al norte llegaba más frío comenzaba a hacer. Hacía tres días que no dejaba de nevar, pero por suerte en el interior del carruaje no sufrían el frío, pero los que si lo sufrían eran los que viajaban a caballo o en las carretas donde viajaban sus provisiones.

Al principio podían detenerse en los hogares de señores o en posadas. Pero en esos momentos estaba atravesando unas tierras que parecían estar completamente desoladas. Un gran desierto de nieve lo cubría todo, cuando miraba por las ventanas solo podía ver nieve.

- Esta tierra está abandonada - le comentó a su madre, la cual estaba leyendo un libro en esos momentos.

- Si, lamentablemente estas tierras no son muy ricas - le comentó su madre - la vida aquí debe ser muy difícil y según tengo entendido la población de estas tierras se concentra en los alrededores de los castillos para buscar la protección de los señores.

María pensó que eso debía ser muy difícil, pensando también en la enorme diferencia que tenían esas tierras con las de su padre. Mientras que estas tierras eran pobres y cubiertas de hielo, las de su padre eran verdes y con unas tierras ricas de las cuales podía crecer cualquier cosa.

Su padre le había dicho el día anterior que solo faltaban dos días para que llegaran a su destino, pero ella no estaba emocionada por llegar. Ella no quería saber nada con ese viaje, no quería casarse con un desconocido, aunque su padre le había dicho que no se casarían al instante y que les daría un tiempo para que se pudieran conocer, ella estaba convencida de que su padre no tendría en consideración la opinión que ella tenga de aquel hombre.

El carruaje se detuvo y un cuerno sonó, supo al instante que ese cuerno debía de ser alguien desconocido, pues los hombres de su padre solo usaban trompetas para avisar su llegada a los lugares. Rápidamente sacó la cabeza por la ventana del carruaje y vio como una larga columna de jinetes se acercaba por el camino, sintió un enorme alivio al ver el estandarte que portaban aquellos hombres, era el estandarte del rey, aunque estaba acompañado por otro estandarte, en el cual se podía ver un gran árbol blanco con hojas negras y dos espadas cruzadas sobre el. Ese era el escudo de la familia Whitewood, la familia de su prometido.

- María - le dijo rápidamente su madre - ¿Qué está pasando afuera?.

- Son una escolta, parece que Lord Whitewood no envió una escolta de honor - le dijo a su madre sin apartar la mirada de aquellos extraños hombres que se acercaban.

Llamó mucho su atención que aquellos hombres, no se parecían a los del sur, eran algo completamente diferente, mientras que los del sur mantenían un afeitado perfecto, aquellos hombres portaban barbas largas y que se peinaban en trenzas, todos aquellos hombres parecían muy viejos y curtidos. Sus ropas eran algo miserable a sus ojos, llevaban unas ropas de cuero que se cubren con armaduras de hierro y cotas de malla, todos llevaban puestas grandes capas de pieles y yelmos simples que eran únicamente útiles para defender a su portador.

Maria no pudo evitar compararlos a los caballeros de su padre, los cuales llevaban hermosas armaduras de placas y hermosos yelmos decorados con las alas del águila, símbolo de su familia.

Pero lo que más la perturbo fue el imaginar que su prometido pudiera estar entre aquellos hombres tan feos o que pudiera parecerse a alguno de ellos.

- ¡Majestad! - gritó el jinete que iba al frente, por lo que parecía, debía ser el líder de la escolta - es un honor recibirlo en nuestra humilde tierra, Lord Oscar nos envió para que los escoltemos hasta Diez Forjas.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora