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Todo parecía estar yendo tal y como esperaba, su boda estaba cada día más cerca, Andros sería su consorte y su padre ya no tendría que involucrarse en su vida. Pronto todo acabaría y su posición como heredera estaría reforzada por la compañía de un consorte que todos aprobaban.

Sabía que en su matrimonio no habría amor, Andros claramente seguía amando a una mujer muerta y ella no podía verlo como nada más que un guardaespaldas y consejero. Pero tendría que aceptarlo, no importara que, pues era su deber y era el deber de Andros también. Cuando llegara su momento gobernaría con el apoyo de su consorte y el destino del país estaría en sus manos.

Los preparativos eran un dolor de cabeza para ella, pues a pesar de que no podía elegir nada de la decoración o el itinerario, debía estar presente en todas y cada una de las reuniones. Al parecer la idea era que se mostrará poder y magnificencia, le parecía gracioso que fuera Andros el que entrara después de ella y que ella misma lo estuviera esperando en el trono frente a su padre y el gran sacerdote. Según el sacerdote, esa era la forma en que una futura reina debía contraer matrimonio con su consorte, pues él no sería nada más que un sirviente, una extensión de su poder y una herramienta de su voluntad.

Al escuchar todas esas cosas por parte del sacerdote, no pudo evitar sentirse asqueada, no parecía que el consorte real fuera un esposo y defensor como siempre decía su padre, más bien, parecía que fuera un esclavo personal, tan sometido a la voluntad de su reina que ni siquiera tendría el poder de elegir cómo morir. Pues debido a su juramento, su muerte sólo podría llegar por las espadas de los enemigos de la reina o por orden de la misma.

- Bien, como le decía majestad, el consorte deberá postrarse de rodillas frente a usted y jurar lealtad frente al trono y la familia real, es su deber extenderle la mano, con el saludo formal podremos comenzar con la ceremonia - el sacerdote lo decía mientras señalaba en el esquema de planificación - usted señor Whitewood deberá en todo momento tomar la mano de la princesa y cuando se hayan recitado los votos usted deberá arrodillarse nuevamente frente a su majestad.

- Y déjeme adivinar - lo interrumpió Andros que hasta ese momento se mantenía callado y atento a todo lo que decía - debo jurarle lealtad una vez más.

- Si, exacto - decía el anciano que parecía no entender el tono burlesco que usó su prometido - debe jurar dos veces, una como súbdito del reino y otra como esposo y consorte de la futura monarca.

Terminada la reunión ambos se encontraron caminando por los pasillos del palacio. Andros había comenzado a recibir clases de etiqueta, para poder encajar mejor en la familia real y sus vestimentas habían sido escogidas por su madre, por lo cual era aún más llamativo. En esa ocasión vestía una túnica de seda gris con decoraciones en plata, sus pantalones eran negros y de cuero, sus botas eran nuevas y estaban perfectamente lustradas. pero lo que era mas impresionante de su vestimenta era su capa. Era larga y blanca, aunque estaba decorada por varias hojas de árbol negras como en el estandarte de su familia, además aún mantenía un cuello de piel de lobo. Pero de lo único que no se desligaba ante nada, aun ante los reclamos de su madre era de un collar en el cual colgaba una sortija. Sus padre ignoraban que era, pero María lo sabía muy bien, pues había visto como se lo quitaba al cadáver de aquella mujer y el significado que tenía para ambos.

- Me sorprende aun que hayas accedido a todo lo que te imponemos - le comentó María queriendo sacar conversación.

- ¿Por qué lo dices?.

- Bueno, creía que te ibas a resistir mucho más a estas cosas - le dijo señalando su vestimenta - las reuniones, esas ropas, las clases de etiqueta y todo lo que conlleva ser de la familia real.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora