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Las cavernas donde Andros había establecido su base le parecieron el lugar perfecto para esconderse, sus escoltas habían sido liberados y se habían quedado en la primera sala junto con un grupo de los hombres de Andros. Pero lo que más había llamado su atención era cómo había cambiado la apariencia de Andros, sus cabellos estaban enmarañados y grasientos, su barba estaba descuidada y sus vestimentas estaban sucias, en varias partes pudo ver manchas de lo que parecía ser sangre. Pero no era solo su apariencia, ahora se movía encorvado, como si estuviera fatigado y envejecido rápidamente.

- ¿De que quiere hablar conmigo? - le pregunto finalmente, su tono parecía ser más de enojo que de curiosidad.

La sala en la que ahora se encontraban era muy amplia con un estanque muy profundo en el centro, en el fondo de la sala pudo ver un altar de piedra que aprecia ser muy antiguo, sobre el cual colgaba un extraño estandarte que no lograba reconocer. Los halcones le aprecian familiares, pero la cadena de oro de la cual colgaban las coronas era algo muy nuevo para ella. Era de cierta forma aterrador.

- ¿Cuánto tiempo mas planeas seguir aquí? - preguntó directamente.

- El tiempo que sea necesario para descubrir lo que me inquieta de este lugar - le respondió tajante mientras miraba el estandarte, estaba de espalda a ella por lo cual no pudo verlo a la cara - ¿su padre sabe que está aquí?.

- No - le respondió firmemente - él jamás me permitiría venir a un lugar como este.

Parece que eso lo había irritado pues había dejado escapar un chasquido que claramente había hecho con la lengua. Eso logró enfadar a María, ¿acaso ese desgraciado creía que era el único que podía desobedecer a su padre?.

- ¿Qué es lo que vino a buscar? - le preguntó tajante mientras sacaba una daga, estaba tan afilada que María no podía verla - ¿quiere algo de mi?.

- Quiero que vuelvas a la capital y olvides esta - dijo mientras señalaba el lugar - locura.

Andros se dio la vuelta y con la daga en su mano caminó hacia ella. Había algo diferente en él, algo que hizo que ella no pudiera tenerle miedo.

- Mataron a mis hermanos - le dijo con rencor - jure que destruiría todo lo que les importa y aquí está la pista de que ese aquello que más aman - mientras decía esto señalaba el lugar con su daga.

- ¿La amabas tanto? - le pregunto, Andros la miró con temor, como si enserio tuviera miedo de lo que pudiera saber María.

- Ella no es asunto tuyo.

- Si lo es - le dijo tajante y dando un paso al frente - ya los mataste a todos, ¿Por qué sigues aquí?, esta cueva te esta consumiendo.

Andros bajo la mirada, parecía que miraba sus manos.

- No la conocí - le dijo tomándolo de las manos - pero te conozco a ti, y estoy segura de que ella jamás querría verte como yo te veo ahora.

- Dígame princesa, ¿Qué ve? - le dijo melancólico y quitando sus manos. Aún mantenía la daga en una de sus manos, pero no parecía que pudiera usarla para nada.

María lo observó atentamente, vio la forma en que ponía su espalda recta, también vio como enderezada su postura y el mentón alto. Vio sus ojos verdes y penetrantes, su cabellera negra como la noche y un reflejo en sus ojos.

- Veo a un hombre, que no es ni la sombra de lo que realmente es. Veo como se derrumba y se deja consumir por la venganza.

Fue rápido, un movimiento muy brusco que causó que cayera al suelo y se lastimara los codos contra el áspero suelo de la cueva. Un hombre forcejeaba con Andros, alto y terrible, tan alto como el mismo Andros. En sus manos sostenía una espada, pero que no lograba acertar en su enemigo, mientras que Andros podría claramente matarlo con la daga. Pero no lo hizo, con su rodilla golpeó la entrepierna del atacante y en el leve momento en que se separaron Andros le cortó el muslo y en un movimiento fluido logró cortar en la muñeca del brazo con el cual sostenía la espada. El atacante cayó de rodillas por las heridas.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora