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Las espadas chocaban de forma desenfrenada, los gritos y alaridos lo llenaban todo, nada más existía que aquellos ruidos y los hombres que se precipitaban sobre el. Conocía a cada uno de ellos y a cada uno de ellos los vio morir, uno tras otro de los que lo atacaban era abatido por su espada, todos sus rostros también le eran conocidos. Vio la colina, alta y con las figuras de antiguas edificaciones en lo alto, magníficas incluso después de siglos de abandono. Algo lo llamaba, allí arriba estaba exactamente lo que buscaba. Fueron muchos los que lo siguieron y muchos más los que intentaron detenerlo, pero no fueron suficientes, ni los que iban con él, ni los que intentaban detenerlos. La empinada colina se volvió cada vez más difícil de subir por las grandes cantidades de sangre que cubría el suelo.

Los últimos que le presentaron batalla eran tan jóvenes como él, incluso puede que más. Eran tres, tal y como los recordaba sus rostros aparecieron una vez mas allí, con sus ojos negros como la noche viéndolo fijamente y midiendo cada uno de sus movimientos. Los tres se lanzaron al ataque, el primero fue esquivado y empujado por la colina. El segundo lo atacó por el flanco y luego de devolver el golpe, fue el ataque del tercero el que lo había tomado por sorpresa, sintió el inconfundible ardor de la carne al abrirse por el filo de una espada. Como si fuera un animal se dio la vuelta y golpeando la espada de su enemigo con su escudo lo atravesó a la altura del abdomen con el filo de su espada. El último de sus enemigos se lanzó en su contra, logró bloquear sus ataques con el escudo y aprovechó la ira de su oponente para rebanar su garganta con su espada, justo cuando uno de sus golpes causó que perdiera el equilibro.

Aquellas enormes ruinas estaban frente a él, se imagino como debió verse hace ya doscientos años, cuando los Blackwood las habitaban y gobernaban todas las tierras que se alcanzaba a ver desde aquellas alturas. Imagino altas murallas, torres imponentes y a los altos señores vestidos de negro y blanco, con cabellos negros y ojos fríos como los que el mismo llevaba.

Se acercó, cada paso se sentía más pesado que el anterior, y cuando atravesó los altos muros, por una enorme brecha que aún mostraba los signos del terrible derrumbe que la hizo sucumbir, vio que allí no había nada, vio las enormes estructuras que debían haber sido estancias o cuarteles para los habitantes de aquel lugar.

Escucho pasos, se puso en guardia y vio en todas las direcciones, nada, absolutamente nada se presentó ante el. Los pasos continuaron, aunque no se podía distinguir si se acercaban o se alejaban. Fue entonces que noto que una pequeña luz provenía de una de las grietas que tenía una edificación gigante y alargada, pero no había ruido, el ruido de la batalla que se llevaba a cabo alrededor de la colina ya no era más que un susurro.

Se acercó hasta la entrada de aquella estructura y en su interior encontró a dos hombres.

- Nos están masacrando, qué puta idea la tuya de venir aquí - le decía uno, el más joven al más anciano que ya debía llegar a los sesenta años - bajaré y reuniré a los que pueda de mi gente, esto ya es una causa perdida.

En ese momento notaron su presencia, los dos se irguieron y el más joven desenvainó un mandoble, pero el anciano no hizo nada más que mirarlo, lo miraba fijamente y luego simplemente se sentó en una de las enormes rocas que ocupaban gran parte del lugar.

- Veo que una de esas ratas ha llegado hasta aquí - dijo el del mandoble mientras daba unos pasos al frente y lo observaba de arriba a abajo - y no es una rata cualquiera, el mismísimo Andros Whitewood, maldito carnicero, si acabo contigo ahora podría volverme el más famoso entre los clanes.

Andros solo lo miro y alzo el escudo.

- Ven maldito salvaje de mierda - le dijo y se pudo ver la ira reflejada en el rostro del otro hombre.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora