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María se sentía vacía, sin saber cómo, la habían arrastrado por todas las calles de la ciudad, gritos, ruidos de luchas por toda la ciudad y el reflejo del fuego en los edificios de las calles que transitaban. Nada importaba, una mano firme como el hierro la agarraba y arrastraba por todos lados y antes de que pudiera hacer o decir nada estaba atravesando las puertas del baluarte y pudo escuchar cómo levantaban el puente levadizo.

María volvió en sí, vio que muchos hombres heridos caminaban por todos lados cubiertos de sangre, varios nobles eran llevados sobre camillas y ella seguía siendo arrastrada por Ambras que sin importar cuanto pasara a su alrededor seguía adelante, con la mirada fija al frente. Los caballeros y hombres de Andros seguían a su alrededor con la mirada enloquecida por vigilar todo lo que acontece en el patio del castillo.

- Debemos llevar a la reina a sus estancias y asegurarla - dijo entonces Ambras sin emoción alguna en su voz.

En silencio obedecieron todos los que los rodeaban y rápidamente el escenario que los rodeaba cambió, María sin saber cómo ni porqué seguía sin poder hacer nada, estaba petrificada y a merced de sus guardias que la llevaban como si fuera un maniquí. Pasaron por pasillos, patios y salones, pero finalmente se encontraron a los pies de las escaleras que llevaban a sus estancias. Subieron rápidamente los escalones y al llegar al final la puerta se abrió, la metieron dentro y Ambras revisó cada lugar, cada esquina y las entradas de cada pasadizo, vio también cómo los bloqueaba con muebles y finalmente se encaminó hasta la puerta. María reaccionó y lo tomo por la muñeca, para su sorpresa esta vez el soldado se detuvo en seco y se volteo.

- Andros - dijo María con una voz quebrada - ¿Dónde está?.

Ambras no respondió, pero tampoco se soltó de su agarre.

- Quédese aquí majestad - dijo mostrando furia, una furia gélida - iré a buscar... a buscar lo que haya quedado de él.

María lo soltó y se dejó caer de rodilla, las lágrimas brotaron sin detenerse.

- ¿Por qué? - pregunto desesperada y Ambras se detuvo en el marco de la puerta - ¿por qué no lo salvaste a él?.

Ambras se dio la vuelta, sus ojos por primera vez no parecieron los suyos, esa mirada, esa era la mirada de alguien más, fue un destello, pero recordó haber visto esos ojos y esa misma mirada antes.

- Por que esa fue la orden que me dio - dijo secamente mientras tomaba el picaporte - y yo vivo para proteger lo que él más ama - había reproche en sus palabras.

María miro sus manos y escucho como la puerta era cerrada.

- ¡Nadie entra! - gritó la voz de Ambras en el pasillo - ¡Maten a todo aquel que intente entrar!.

El tiempo pareció entonces acelerarse a su alrededor, se sentía pesada, se sentía debilitada y peor aún se sentía impotente. Era la reina, se supone que todo el poder del reino estaba en sus manos, pero de nada sirvió, los dioses sabían ahora de forma definitiva que era la reina legítima y aun así, en las primeras horas como reina habían matado a cientos de personas inocentes y su esposo, el consorte, defensor del reino y su brazo armado parecía haber sido asesinado. Intentó levantarse del suelo, pero no consiguió hacerlo, extendió la mano en dirección al único objeto que parecía poder ayudarla a levantarse, la mesa de Andros, aquella vieja mesa de madera negra que parecía completamente fuera de lugar, rodeada de todos esos muebles de madera dorada y colores cálidos. Logró apoyar sus manos en la superficie, era suave, muy suave, recorrió la mesa con las manos para disfrutar de su suave textura entonces tocó algo, algo que no había notado, era lo que parecía ser una cadenilla, como si fuera un collar. Lo tomó entre sus manos y haciendo un gran esfuerzo logró usar la mesa como punto de apoyo.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora