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Por fin después de días encerrado en su habitación pudo salir a caminar por los patios del castillo, resguardado por dos guardias, que más que protegerlo su encargo era el de controlarlo para que no hiciera nada que pudiera perjudicar su recuperación.

Habían ganado la guerra, eso era lo que importaba y si el precio era soportar esto, Andros estaba complacido. Kardus, junto con los demás jefes que les habían jurado lealtad, entregaron a los niños de su familia a los Whitewood como muestra de lealtad, algo que no le gustaba en lo más mínimo, no había mayor crimen que separar a un niño de sus padres, pero era la única manera de mantener la paz.

Los niños se quedarían en Las Diez Forjas hasta que cumplieran los quince años, entonces serían enviados a la capital, donde serían parte de su guardia personal hasta que llegara el momento de heredar la posición de sus padres como jefe de las tribus. Era una buena manera de educarlos para que la nueva generación de jefes fueran leales de verdad y no por coerción.

- ¿Cómo se encuentra señor? - preguntó uno de sus guardias mientras caminaban alrededor de la fuente.

- Para la mierda - dijo cortante Andros - ¿o prefieres que diga que estoy feliz?.

Los guardias simplemente se quedaron callados y no volvieron a decir nada en todo su recorrido.

Finalmente terminó en las puertas principales del castillo, junto donde estaban sus primos supervisando el mantenimiento del puente y toda la estructura defensiva de la puerta.

- Mira nada más - dijo Tristan al verlo llegar - ¿aun puedes caminar viejo?.

Andros lo fulminó con la mirada.

- Cierra la boca mocoso - le recrimino - aun con esta herida puedo humillarte sin problema.

Vastian dejó escapar una carcajada ante el intercambio.

- Es bueno verte de pie hermano - dijo mientras se acercaba y lo abrazaba.

Luego de Vastian, fue Tristan el que se acercó y lo abrazó.

- Haciendo el mantenimiento de la puerta por lo que veo.

- Si, como cada primer día del mes - dijo Vastian - nuestro padre nunca descuida esta clase de tareas.

- Entonces no entiendo porque pone a un par de idiotas a administrarlas - todos los allí presentes se dejaron llevar por el momento y se rieron.

Pasó una hora allí viendo como los herreros se encargaban de revisar perno por perno y eslabón por eslabón, era una tarea muy aburrida, pero importante, después de todo, esa puerta era la única debilidad de la fortaleza y siempre, sin importar la paz que vivieran debían estar preparados por cualquier indicio de ataque. También vio como los carpinteros revisaban las tablas de madera de las escaleras que llevaban a las almenas y como revisaban la estructura de la empalizada exterior.

Cuando se percató de que sus primos si hacían bien su trabajo se retiró, esa fue una pequeña razón más por la que estar orgulloso de ese par. Ambos serían grandes señores y protectores de ese castillo cuando llegara el momento.

Luego de eso fue a ver al viejo Marcus, que como siempre estaba en un rincón afilando su vieja espada.

- ¿Otra vez con esa espada vieja? - le preguntó tomándolo por sorpresa.

El veterano se levantó y dejó la espada a un lado, se acercó hasta donde estaba y apoyó sus dos grandes y nudosas manos en sus hombros.

- Mi muchacho - dijo mientras masajeaba sus hombros - es un alivio verte de pie, no estás hecho para estar acostado en una maldita cama.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora