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Había pasado ya una semana desde que el rey era su invitado, y Andros había comenzado a desarrollar un cierto cariño por el rey. A pesar de que intentaba alejarse de la idea de ser el consorte de la futura reina, no podía evitar que el rey se fuera acercando cada vez más a él.

- Andros, quiero que me digas la verdad, ¿Qué opinas de esto? - le dijo el rey cuando estuvieron solos en la biblioteca del castillo, le entregó una carta.

Leyó atentamente la carta y sintió cierto nerviosismo, el rey parecía estar interesado en saber su opinión de muchos asuntos de gobierno que le llegaban por medio de las cartas.

La carta hablaba de unos problemas que se estaba teniendo con los mariscales de las marcas occidentales. Al parecer se estaban negando a pagar sus deudas con la corona.

- Es un asunto muy delicado a mi parecer - fue lo que dijo finalmente - los mariscales occidentales se encargan de defender una de las fronteras, no creo que sea muy bueno presionar, tienen demasiado poder e influencia.

El rey asintió mientras apoyaba su cabeza en su mano.

- Tienes toda la razón - declara, lo miró fijamente y preguntó - ¿Qué propones que haga?.

Andros sabía muy bien cuales eran las intenciones del rey, buscaba pruebas de que él sería el más indicado para atender esa clase de asuntos que involucran no solo a la política sino también a lo militar. Debía decir la respuesta equivocada.

- No estoy seguro - dijo Andros - es un asunto muy peligroso, pero trataría de evitar todo lo posible el conflicto con ellos, lo que menos necesitamos es un conflicto interno.

- Es curioso lo que dices - dijo sonriendo el rey - en el poco tiempo que llevo aquí he logrado descifrar al joven Andros, estoy mas que seguro de que esa no es la solución que crees más conveniente para este asunto.

Andros se quedó sorprendido por lo que el rey había dicho y se dio cuenta de que lo había subestimado.

- Quiero que me digas la verdad, si fueras el rey, ¿Qué harías con estos mariscales?.

Andros dejó escapar un gruñido y suspiro.

- Atacaría tan rápido y con tanta fuerza que no tendrían tiempo de prepararse, mataría hasta al último de los mariscales y sus familias - declaró con firmeza - no están dispuestos a pagar y amenazan con tomar las armas, deben ser castigados, y ser reemplazados por hombres más dignos.

El rey en ese momento se levantó de su asiento y se acercó a él.

- Trataste de engañarme, ¿verdad?

Andros simplemente asintió, ya no tenía sentido intentar engañar al rey, pues parecía que era imposible ganarle en astucia.

- Dime, ¿Por qué intentas engañar a tu rey? - el rey parecía estar en trance pues estaba parado a su izquierda y lo miraba fijamente, era como tener a una bestia respirándole en el cuello.

- Porque no quiero ser el consorte de su hija - le respondió por la enorme presión que sentía en ese momento.

El ambiente parecía haberse congelado, como si el rey que hasta ese momento era tan amable con él se hubiera convertido en un monstruo que pudiera matarlo en ese momento sin que pudiera hacer nada.

- Pues debes cambiar de parecer - dijo con una voz gélida - porque eres el único que cumple con mis expectativas, durante años, desde que nació mi hija he estado estudiando tu progreso, buscando que mostraras que eras igual a tu padre y por lo que veo eres mucho mejor que él, lo has superado en todos los aspectos.

Andros se quedó sin palabra, nunca nadie lo había comparado con su padre de esa forma, su tío hablaba de su padre como si se tratara de alguien inalcanzable, alguien que nadie podría superar jamás.

- ¿Por que yo? - le preguntó al rey - que mi padre fuera el hombre que fue no justifica que usted me elija a mi como consorte de su hija.

- Andros, cuando vine aquí fue para ver la clase de hombre en el que te habías convertido - le dijo mientras se alejaba de el y se sentaba nuevamente en su asiento - y puedo ver que si no te eligiera para ser el consorte de mi hija seria un gran idiota. No busco un político o un comerciante, no busco a un príncipe, no busco a un rey, lo que necesito para mi hija es un soldado y tu eres el mejor soldado que he visto desde tu padre.

- Majestad, yo no puedo ser el consorte de su hija, no puedo dejar mi tierra, sin mi, esta frontera estaría en peligro.

El rey lo miró con curiosidad.

- Para eso tengo a tu tío y a sus hijos - declaró el rey sonriente - tú eres un fuerte pilar en la defensa de estas tierras, pero si realmente deseas ayudar a estas tierras y a su gente, ¿no te convendría ser el hombre más poderoso del reino?.

Andros no supo qué responder, si él le decía que no deseaba ser el consorte porque solo quería vivir su vida con Helena podría llegar a poner la vida de la mujer que amaba en peligro. El rey parecía ser impredecible.

- Está decidido - declaró antes de que él pudiera decir nada - en unos días volveremos a la capital, y tú, vendrás con nosotros. Vendrás a vivir a la capital, estarás en la corte y cuando llegue el momento te casaras con mi hija, si tengo que obligarte lo haré.

Andros simplemente se dejó caer en el asiento que tenía libre y se dejó llevar por la melancolía. Quedó allí sentado solo en la biblioteca de su familia. Pensando en qué le diría a Helena, imaginando cuál sería su reacción, sintió que algo en su interior se había roto en aquel preciso momento.

Doblegado por la voluntad de su rey se preparó para partir en los días siguientes. La noticia de que se iría al sur se esparció tan rápido que no tuvo el tiempo de buscar a Helena para contarle su versión de la historia. Fue por eso, que cuando llegó el día de que partieran solo pudo hacer una cosa, dejar una carta a su amigo Jean, que era el único en el que confiaba para que se la diera a Helena.

El no haber podido explicarle las cosas a Helena y tampoco el poder despedirse, hicieron que la melancolía de dejar su hogar fuera mucho peor de lo que hubiera imaginado, podía ser que esta vez se fuera para no volver nunca.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora