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Su llegada a la capital, para sorpresa de María no estuvo cargada de desfiles y ceremonias, eso fue del agrado de su esposo, que desde siempre le había demostrado una fría indiferencia y hasta repudio por esas muestras tan grandes de celebración. La razón de que no se celebrara ningún desfile o cualquier tipo de celebración, era que su padre había caído enfermo.

La bienvenida fue un simple recibimiento por parte de su madre, que para sorpresa de María se veía desastrosa, el pelo peinado, pero claramente descuidado, no tenía ni una pizca de maquillaje y más importante, la mirada que poseía, nunca la había visto tan mal en toda su vida.

- Me alegra que hayan regresado - dijo cuando estuvieron a solas - ¿Cómo te encuentras querido?.

Andros caminaba justo delante de ella, su madre lo tomaba del brazo. ¿Desde cuando se llevaban de esa manera?, era como ver a una madre y su hijo de toda la vida.

- Nos preocupamos mucho cuando nos enteramos de tu situación - agregó su madre.

- Mucho mejor - dijo Andros amablemente - lamento haberla preocupado majestad.

María que caminaba por detrás de ellos, solo deseaba llegar y ver a su padre, pero aquella escena entre su madre y su esposo era curiosa. Sabía muy bien que desde el primer día que Andros había llegado a la capital, su madre y él habían trabajado juntos por alguna razón.

Siempre tuvo sus sospechas, ¿Qué podrían tener en común como para unir esfuerzos?.

- ¿Cómo se encuentra mi padre? - le pregunto a su madre, que soltó a Andros y redujo el paso para estar a su lado - no me dijiste nada en las cartas.

Su madre ahora tomó su brazo y apoyó su cabeza en su hombro, eso la tomó por sorpresa, su madre no era conocida por ser una persona muy cariñosa, pero ahora actuaba de una manera que pareciera estar desesperada por el contacto de otras personas.

- Una fiebre incontrolable apareció de la nada - dijo con una voz quebrada - los sanadores temen que sea la misma que se llevó a tu abuelo hace ya veinte años.

María simplemente apoyó su mejilla sobre la cabeza de su madre. Siguieron caminando por el pasillos. Entonces vio a su esposo, su forma de caminar, su amplia espalda cubierta por las pieles, por un momento pudo entender todo lo que debía pasar por la mente de su madre, ver al amor de tu vida siendo consumido por una enfermedad debe ser terrible. Pero le sorprendió ver que las manos de Andros estaban apretadas en forma de puños, y se notaba la gran presión, pues poco a poco se volvía de un color rosado

Cuando llegaron a la habitación de su padre, se encontraron con cuatro de sus caballeros, montaban guardia en la puerta, vestían sus capas blancas y sus armaduras plateadas con sus característicos yelmos alados. Al verlos llegar apoyaron sus puños cubiertos por guanteletes de acero sobre su pecho e inclinaron la cabeza, un gesto de respeto y de apoyo.

En el interior se encontraron con una anciano que estaba acompañado por dos jóvenes. Era Arturo, el sanador de la corte y sus dos asistentes, Castor y Polux. Los tres les dedicaron reverencias y se retiraron dejando a la familia a solas.

- Papá - dijo mientras se inclinaba sobre su padre.

Para su sorpresa su padre estaba consciente, estaba muy pálido y sus ojos estaban hinchados, pero a pesar de eso sonrió con sus blancos dientes.

- Ha vuelto mi niña - dijo con esfuerzo y tomó su mano.

Mientras su padre tomaba su mano, se dio cuenta de lo fría que estaba.

- ¿Cómo te sientes? - le preguntó a su padre.

- No tan mal como parece - dijo manteniendo su sonrisa y mirándola fijamente a los ojos - Arturo cree que puede curarme, solo que no será agradable.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora