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 Mientras avanzaban en su viaje hacia el sur, más calor sentía Andros. Había crecido en una tierra en la que siempre, incluso en el verano, hacía frío, el frío que tanto adoraba había quedado atrás, junto con su hogar y su familia. Mientras que él se sentía cada vez más incómodo con el calor, el rey y su séquito se sentía cada vez más a gusto con ese clima horrible.

El sur era muy diferente a su norte natal, había mucha más gente y las tierras que podía ver en el viaje eran mucho más verdes y llenas de vida. En gran parte de los caminos se podía ver grandes superficies de tierras que estaban cultivadas con tanta comida que servirá para alimentar a cien veces la gente que vivía en todo el norte. Eso lo hizo sentir un profundo desprecio por las gentes del sur, pues su gente podía mantenerse por muy poco, sus tierras eran pobres y los del sur tenían tanto, tenían tanto y no ayudaban a sus compatriotas del norte, ni un solo grano de trigo de los que eran cultivados en esos campos llegaría al norte. Mientras que los del sur tenían tanta comida que podrían alimentar a varias naciones, los del norte seguirán pasando hambre y siendo diezmados por los ataques de los clanes.

El rey tenía razón, si él se convirtiera en el consorte, tendría el poder de ayudar a los del norte a prosperar y aliviar su carga. Se dio cuenta también de lo egoísta que era la idea de abandonar la posibilidad de ayudar a su gente por amor.

- ¿Qué ocurre Andros? - le preguntó el rey que en ese momento cabalgaba a su lado - ¿te has dado cuenta de algo?.

Andros se quedó petrificado al escuchar al rey, acaso el rey, ¿era capaz de leer la mente de los demás?.

- No sé de qué está hablando - le respondió Andros lo más calmado que pudo - solo no soporto este terrible calor.

El rey dejó escapar una risa, pero no era una risa alegre, era como si estuviera cargada de melancolía.

- No me creerás - dijo plácidamente el rey - pero esas son las mismas palabras que me dijo tu padre cuando lo traje al sur a luchar, no soportaba el calor.

- ¿Apreciaba mucho a mi padre? - preguntó sin darse cuenta, intentó disculparse, pero el rey no le dio tiempo.

- Tu padre, podría decir, fue mi único amigo verdadero - le dijo mirándolo a los ojos - por eso nos juramos que si alguno de los dos moría en la guerra, el otro se encargaría de proteger a la familia del otro.

El rey se quedó callado, Andros no sabía que decir, simplemente lo sorprendió todo lo que le decía el rey.

- Lamento no haber cumplido con mi promesa - continuó el rey luego de unos momentos de silencio incómodo - y no solo no cumplí con mi promesa, también fui el responsable de que muriera.

- No conocí a mi padre - dijo rápidamente Andros y vio que esas palabras causaron daño en su interlocutor y rápidamente agregó - pero me han contado mucho de él, y puedo estar seguro de que él no pensaría lo mismo que usted.

El rey le lanzó una sonrisa en forma de agradecimiento y colocó su mano derecha en su hombro izquierdo.

- Eres muy amable Andros - dijo y quitó su mano del hombro de Andros - pero los dos sabemos que el único responsable de las muertes de los soldados en una batalla es el comandante.

Luego de ello, el rey no volvió a hablar. Simplemente montaba en su caballo junto a él y daba órdenes a algún que otro caballero que venía a informar sobre alguna situación que se presentará. Pero el rey no volvió a dirigirle la palabra, lo cual lo hizo sentir mal, pues parecía que por fin había olvidado lo que había pasado en su anterior conversación en el castillo.

- Descansaremos en aquella colina - ordenó el rey a sus caballeros, los cuales cabalgaron por toda la columna de carros para anunciar la orden del rey.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora