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Habían abandonado el castillo esa mañana y el viaje parecía que fuera más corto, como si estuvieran bajando una pendiente. Pero a diferencia del viaje de ida, el viaje de vuelta se sentía diferente, y la razón de que eso pasara eran los nuevos miembros del grupo. Veinte hombres de Diez Forjas se unieron a su grupo para escoltar a su prometido, el cual viajaba montado junto al rey.

Su padre había decidido que lo llevaría a la capital, para que viviera en la corte y pudieran casarse cuando llegara el momento. No le sorprendió a María que su prometido se mostrara frío y distante con todos. Ella ahora entendía más a Andros, era una persona más complicada de entender de lo que había creído en su primer encuentro. A pesar de que le había mostrado que él podía amar, amar tanto que estaría dispuesto a renunciar a ser el hombre más poderoso del reino, ella seguía odiando la idea de casarse con el.

Lo que si la sorprendía era que ahora su padre no se mostraba feliz o emocionado, parecía estar enojado y se podía notar a simple vista de que estaba enojado con Andros, pues no le dirigía la palabra desde que habían partido, ni siquiera le hablaba. María se sentía aliviada por ello, pues significaba que había una posibilidad de que su padre decidiera rechazar a Andros y liberar a María de aquel matrimonio.

- ¿Qué piensas de tu prometido? - le preguntó su madre cuando la vio mirando a Andros.

- No me agrada - declaró con fastidio María - me parece un hombre aburrido y cruel.

- ¿Cruel? - preguntó abrumada su madre - ¿en qué momento demostró ser cruel?.

María simplemente se quedó callada, en la semana que había estado en aquel castillo Andros había demostrado ser un buen hombre, dijo sin pensar que era cruel, pues esa era la primera palabra que le venía a la mente cuando veía un rostro como el de Andros.

- María - dijo preocupada su madre - si él te ha hecho algo debes decirlo, tu padre lo castigará como es merecido.

María negó rápidamente con la cabeza.

- No madre, él nunca me ha hecho nada, ni siquiera me ha tocado un cabello, a penas si me mira.

- El joven es un soldado María, no es un caballero de blanca armadura, como los que aparecen en los cuentos que tanto te gustan - declaró su madre mirándola severamente - si supieras cómo fue criado tal vez entenderías mejor a tu prometido.

María se molestó con su madre por decir esas cosas, no le importaba en lo más mínimo como había sido criado su prometido, solo quería evitar que se volviera su consorte.

- María, yo no te crie para que actúes de esa manera, diciendo sin prueba alguna que alguien es cruel, las personas solo deben ser juzgadas por sus acciones, nunca por su familia, su sangre o cualquier otra cosa.

- Ya lo se madre, pero, simplemente no me agrada, no quiero casarme con él.

- Estas siendo egoísta - sentenció la reina - no se trata solo de ti, el reino depende de quien sea tu consorte y yo creo que estas muy consciente de ello.

No volvieron a hablar durante el resto del día, su madre parecía haberse molestado mucho más de lo que se podía ver a simple vista.

Cuando llegó la noche su padre ordenó que se preparara el campamento, lo cual causó que todo se convirtiera en ruido y movimiento. Habían establecido el campamento en el costado del camino con el bosque a su espalda.

María había decidido salir del carro y dar un paseo por el campamento, pues no soportaba estar allí con el mal humor de su madre y el peligro de que tuviera que escuchar algún discurso de su parte. El campamento se había organizado en diez enormes tiendas de campaña, en las cuales dormirían los sirvientes y los caballeros, los carros se usaron para rodear el campamento y marcar el perímetro. Decenas de antorchas iluminaban todo el lugar, lo cual le permitió ver que muchos de los caballeros recorrían el campamento vigilando todo movimiento.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora