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Al igual que la primera vez que había llegado al hogar de su esposo, se encontró con un gran recibimiento por parte del señor Oscar, que a diferencia de la última vez parecía menos serio, pues saltó a abrazar a su esposo y luego le dedicó un reverencia a ella, para finalmente darle un beso en la mejilla, como le daría su propio padre.

El castillo seguía pareciendo imponente, y mucho más ahora que veía la gran cantidad de personas que podría albergar. Pues muchas familias de aldeas cercanas habían decidido refugiarse allí, bajo la protección de los Whitewood y las tropas de su esposo entraron por completo allí.

- ¿Cómo puede ser que entren tantas personas aquí? - le pregunto a Andros que en ese momento estaba vigilando a los hombres de las tribus, pues parecían preocuparse.

- El castillo fue erigido sobre una gran colina en la cual había grandes yacimientos de hierro - le dijo señalando el suelo - las minas hace mucho que dejaron de funcionar, pero sirven como cuarteles y almacenes, ¿Por qué crees que este lugar es llamado Las Diez Forjas?.

En ese momento apuntó a varias columnas de humo que subían hasta el cielo, algo que nunca había notado la última vez que estuvo allí.

- Desde hace muchos años los que proporcionan acero a todo nuestro pueblo somos nosotros - añadió dejándola atrás - si me disculpas, el deber de un comandante es mantener la disciplina entre sus hombres.

Vio que al lugar a donde se dirigía estaba lleno de hombres de las tribus y que el señor Oscar se dirigía hacia allí también.

Se quedó sola hasta que una mujer se le acercó, era alta, casi tan alta como los hombres, con un porte marcial, nunca había visto a una mujer vestida con pantalones y mucho menos llevando un arma. De cierta manera le aprecia conocida, no fue hasta que la tuvo enfrente que supo quién debía ser. Ojos azules, cabellos largos y rojos como el fuego y un rostro manchado por pecas.

- Usted debe ser la princesa María - dijo con una voz mucho más delicada que su apariencia - mi nombre es Tacia, seré la encargada de que su estadía sea lo más confortable posible, pero antes, ¿ha visto a Ambras?.

Cuando dijo ese nombre los ojos de la mujer se iluminaron, lo decía como si fuera una plegaria más que el nombre de alguien. Otra persona se les acercó.

- ¿Me buscas Loba? - dijo Ambras apareciendo de la nada.

La pareja se unió en un gran abrazo y se besaron. Era tierno verlos, sin darse cuenta ahora buscaba a Andros con la mirada. Encontrándolo finalmente separando a dos hombres que parecían estar a punto de llegar a los puños.

- Te tengo una sorpresa - dijo Ambras en ese momento a su esposa, María volvió a prestar atención a la pareja - ¿sabes quien es esta joven? - preguntó mientras atrae con su mano a una joven idéntica a su esposa, solo que mucho más baja.

- No puede ser - dijo Tacia atrayendo a la joven y abrazándola - mi hermanita, pero, ¿como?.

- Cometió el mismo estúpido error que su hermana - dijo Ambras - intentó matar a Andros.

Tacia dejó escapar una risa llena de alegría.

- De tal palo tal astilla - dijo - las dos fallamos en la misma misión.

- Princesa - escuchó a su espalda, se dio a vuelta y vio un rostro conocido, aunque no recordaba haber hablado con él nunca - yo soy John, consejero y encargado de la salud de la familia Whitewood, es un enorme placer conocerla.

Fue entonces que recordó perfectamente quien era el hombre, era aquel hombre que había reprendido a Andros por no cuidarse bien las heridas.

- El placer es mío - le respondió - me alegra conocer a aquel hombre que siempre ha velado por la salud de mi esposo.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora