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Desde que Andros partió a la guerra su padre parecía en extremo enfadado, había perdido a uno de sus caballeros de mayor confianza y ahora el prometido de su hija estaba en la guerra una que según los informes que les llegaban estaba por completo perdida.

- No puedo creer que esto esté pasando - exclamó su padre durante la cena - el muchacho simplemente va a su muerte.

- Querido - dijo su madre molesta - si tanto te preocupas, ¿Por qué no fuiste con él y con un ejército a tus espaldas?.

- Porque confío plenamente en las capacidades de Oscar - declaró con firmeza - además, el muchacho, solo con una veintena de hombres no lograra hacer la diferencia en esa guerra.

En ese justo momento entraron en la sala. Dos de los hombres de su padre acompañaban a un hombre harapiento que parecía ser un vagabundo.

- ¿Qué significa esto? - preguntó su padre consternado por la escena.

- Majestad, usted pidió que informaran todo lo que pasaba en el norte - declaró agitado el hombre harapiento.

- ¿Cómo es eso? - preguntó su madre con una mirada fulminante en su padre.

- Luego querida - dijo un poco nervioso - habla - ordenó al harapiento.

- Seguro le gustará saber que el joven señor Andros está sano y salvo - declaró el hombre con una sonrisa, pero parecía que tenía mucho más que decir.

- Es un alivio saber que el muchacho todavía perdura.

- No solo ha perdurado ante sus enemigos - cuando dijo esto, el rey dejó caer la copa que sostenía en su mano derecha.

- ¿Qué quieres decir con eso? - preguntó su madre al ver que su esposo no decía nada.

El harapiento sonrió de tal forma que dejó ver una hermosa dentadura blanca, luego la miro a María.

- Su prometido princesa ha sometido a los enemigos junto con las fuerzas del norte - declaró alegre - el joven prometido llegó en plena lucha y sin temor cargo con sus propios hombres, la batalla se perdió, pero el joven señor aprovechó la derrota, esa misma noche, con las fuerzas que les quedaban asaltaron los campamentos enemigos.

- ¿Me estás diciendo que la guerra terminó? - preguntó su padre con una voz que parecía estar llena de terror.

- De una manera impresionante, diría que es digna de ser mencionada a lo largo de la historia - declaró con un elegante movimiento de manos - durante la noche, cuando los salvajes festejaban su victoria las fuerzas del norte se movieron en la oscuridad y en esa oscuridad acribillaron a sus enemigos con centenares de flechas, y en medio del terror que se desató llegaron los jinetes, al mando estaba Andros el cual decapitó con su espada a más de uno de los grandes jefes enemigos. Cuando el sol salió por el oeste, todos y cada uno de los invasores había sido masacrado.

María se quedó sin aliento ante el corto relato del hombre.

- Un día - dijo en un suspiro su padre - un día.

- El joven - dijo de la nada su madre - ¿Qué hace en estos momentos?.

- Viene al sur - declaró con firmeza - acompañado por un centenar de hombres.

- ¿Un centenar? - preguntó su padre que parecía estar enojado por escuchar esas últimas palabras - ¿Por qué trae esa cantidad con él?.

El hombre simplemente se encogió de hombros, demostrando que no tenía una respuesta para el rey.

Fue una semana después del informe cuando llegaron Andros junto con sus hombres y era verdad, una larga columna de jinetes llegaba por la calle principal de la capital y al frente venía el mismo Andros con un estandarte en el cual se podía ver un enorme árbol blanco con hojas negras y dos espadas negras cruzadas sobre el mismo. María pensó que eso era una imagen de poder impresionante, las personas que veían pasar la comitiva parecían tener temor, pero a la vez admiración por aquellos bravos y misteriosos hombres.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora