Los días habían pasado, pero aun no lograba encontrar lo que estaba buscando. Había ordenado a sus hombres que en secreto le trajeran todos los libros heráldicos que pudieran obtener en su viaje a la capital. Pero aquel emblema no estaba en ningún lado, como si hubiera sido borrado de los libros de historia.
El estandarte que colgaba frente a él mostraba lo que tanto lo intrigaba, dos halcones volando en direcciones opuestas, de cuyas garras colgaba una cadena de oro, en la cual se podían ver varias coronas de diferentes diseños y un fondo blanco.
Lo que más le intrigaba de aquel estandarte era que estaba en aquella cueva, colgado sobre un altar de piedra rústica, como si fuera algo a lo que los bandidos veneraran. Pero luego de investigar a fondo toda la cámara y antecámara, pudo suponer que no eran simples bandidos. Esas armas, la organización que mostraban y la enorme cantidad de tesoros que mantenían oculta. Esa no era la accionar común de una banda de bandidos, al menos no los que había conocido.
Frente a él también estaba el prisionero, el único al que había dejado vivir y que sorprendentemente había sobrevivido a las heridas. Pero no hablaba, parecía que era demasiado leal a sus hermanos caídos como para abrir la boca, incluso con la amenaza de matarlo, no hablaba. De esa actitud del hombre, también había entendido que entre aquellos hombres debía haber una jerarquía, unos que estaban por encima de los demás y que eran leales a algo más que el pillaje y la avaricia de un simple ladrón, el tartamudo no había sido nada más que un simple recluta o desperdicio del que podrían prescindir. Todo parecía indicar que no obtendría nada, ni del hombre o del estandarte.
- ¿Vas a hablar? - le pregunto por última vez, pues había decidido que si su último recurso no funcionaba, dejaría que se ahogara en aquel maldito estanque que ocupaba el centro de la cueva.
- Vete al infierno - le dijo con el siempre frío desprecio que le mostraba.
- Sabes, del lugar de donde yo vengo no somos pacientes con los que son como tú - le dijo mientras desenvainaba una de sus dagas - yo, he sido demasiado paciente contigo, pero supongo que tendré que usar mis métodos preferidos para disuadir de que por fin hables.
El hombre simplemente lo miró con un odio frío. Sus ojos parecían verlo a él, pero era como si pudiera ver lo que pasaba por su mente.
- No me considero cruel, pero no tengo piedad, esa es la forma en que somos educados de donde vengo - le dijo para aligerar las cosas, pero el prisionero no parecía prestar atención a lo que decía - lo que haré, es algo muy sencillo, cortaré falange por falange todos los dedos de tu mano, luego seguirán los dedos de tus pies. Si no hablas con eso, bueno, conozco muchos mas métodos.
- Haz lo que quieras - le dijo, aunque esta vez pudo notar un poco de duda en su voz.
- No te estaba pidiendo permiso - le dijo mientras sacaba una piedra de afilar de su cinturón y comenzaba a afilar la daga - tu vida me pertenece, por lo tanto, tu cuerpo, no es nada más que una herramienta que usare para causarte tanto dolor que pedirás la muerte, pero antes hablaras, juro por la memoria de mi madre que hablaras.
Se acercó al hombre, con la daga en su mano y contemplando todo su cuerpo, pensando en cómo debía proceder. Ya había hecho cosas parecidas en el pasado, pero nunca vivían mucho, se desangraban y morían.
- ¡Andros! - escuchó que gritaban a su espalda - tenemos prisioneros, intentaron colarse en la caverna.
- Supongo que vivirás un día mas bastardo - le dijo al prisionero, no sin antes hacerle un corte en la mejilla y envainar la daga.
Sus hombres arrastraron a una docena de hombres encapuchados ante él, la primera sala había cambiado mucho desde que habían tomado aquel lugar, las armas seguían allí, pero ahora eran usadas por sus hombres, las pieles habían sido quemadas y las provisiones casi se acababan. Los prisioneros parecían ser todos hombres, pero pudo notar muy fácilmente que uno de ellos era demasiado delgado y que su figura era demasiado atractiva a sus ojos, era una mujer.
- Muy bien - dijo al sentarse en un banco que habían preparado sus hombres - me gustaría saber que hacen aquí, ¿acaso formaban parte de los que liquidamos?.
La que claramente era una mujer se levantó, uno de sus hombres intentó ponerla de rodillas nuevamente, pero él lo detuvo, no era una amenaza para ellos y no le gustaba la idea de tratar mal a una mujer.
- ¿Responderás tú por todos estos hombres?.
La mujer se quitó la capucha y pudo ver un rostro conocido, los ojos verdes, los cabellos rubios que brillaban en aquel oscuro lugar y el rostro en forma de corazón con hermosos labios. Era María, algo que enserio lo dejo sin aliento, nunca había imaginado que ella entre todas las personas en este mundo, pudiera ser tan temeraria como para incursionar en territorio salvaje y además intentar entrar a escondidas a su campamento.
- Creo que tenemos que hablar - dijo imperiosa la princesa con cabellos dorados.
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El Consorte y La Reina
FantasiaUn rey busca desesperadamente un esposo para su única hija y heredera Maria, elige entonces al joven Andros Whitewood por sus conocidas cualidades bélicas, para que de esa manera su hija cuente con un consorte fuerte cuando llegue su momento de gobe...