18

500 40 2
                                    


María se encontraba sentada en uno de los bancos del patio principal, observando como su amiga se preparaba para partir al encuentro de su prometido. Keyla era un espíritu libre, que siempre había afirmado que jamás se casaría con un hombre al que no amara, pero allí estaba preparándose sin decir ninguna palabra y como si el espíritu indomable que tanto la caracterizaba se hubiera desvanecido.

Finalmente antes de que partiera, su amiga se le acercó.

- Odio tener que dejarte sola María - le dijo con tristeza - pero debo cumplir con mi deber.

- Aun no entiendo porque lo haces - le respondió enojada - pensé que tú no serías sometida por las reglas de nuestros padres.

- María, mi familia está en peligro y mi matrimonio es para fortalecerlos, al menos lo suficiente para sobrevivir.

Su amiga la abrazo y se despidió de ella. María estaba sola, su padre no parecía estar de ánimos para nada, se dedicaba a atender asuntos de estado y por alguna razón que desconocía, su madre no salía de sus aposentos. Sus clases eran lo único que la podían distraer, pero hasta eso era demasiado aburrido para ella. Durante una semana las cosas fueron de esa manera, lo único de relevancia que ocurrió, fue la llegada de una docena de hombres de Andros, que venían a llevar a cabo los rituales necesarios para que los cuerpos pudieran ser enterrados.

Pero Andros no volvió, su padre había enviado a buscarlo más de una decena de veces y Andros siempre enviaba la misma respuesta. No planeaba volver, afirmaba que algo más estaba pasando en ese bosque y que él se encargaría de eliminar toda amenaza.

Su padre incluso llamó a los hombres que habían vuelto para interrogarlos, María estuvo allí mirando la escena y vio que su padre se frustraba más, los reprendió por ser demasiado testarudos y demasiado leales a su señor. Pero los hombres simplemente le hicieron una reverencia respetuosa y se retiraron.

Los cuerpos fueron enterrados en un terreno aparte de los demás, su madre se había encargado de ello y las treinta y un tumbas fueron hechas y santificadas. Con las tumbas terminadas y los cuerpos consagrados, los hombres se prepararon para partir en busca de su señor. Pero María había llegado a su límite, estaba harta de que todo el mundo la ignorara y estaba más que fastidiada por como Andros manejaba sus asuntos y que nadie estuviera dispuesto a someterlo.

- Quiero hablar contigo - le dijo al líder de esos hombres mientras preparaban sus caballos.

El hombre se acercó a ella, le sacaba una cabeza y media de altura, sus hombros eran ancho como los de un toro, y su nariz aguileña lo convierten en una figura muy intimidante.

- ¿Qué puede querer su majestad? - le dijo con el tosco acento que manejaban los norteños.

- ¿Qué está haciendo tu señor en ese bosque? - le pregunto lo más firmemente que pudo.

- Le diré lo mismo que le dije al rey, mi señor cree que algo está ocurriendo en ese bosque, algo más allá de lo que esperaba y quiere arrancar el mal de raíz - le dijo con un tono respetuoso.

- No puedo creer ni una palabra de lo que me dices - le declaró con descaro María.

El hombre no parecía sentirse ofendido, no parecía sentir nada por las palabras que habían salido de la boca de la princesa.

- ¿Dónde se encuentra actualmente tu señor? - le preguntó tajante, antes de que el hombre se retirara.

- Se ha establecido en un claro, con una cascada y cavernas ocultas - le respondió mientras se daba la vuelta - no sé para qué quiere esta información, pero le advierto, mi señor no quiere que se involucren y mucho menos usted.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora