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- Cinco mil hombres - dijo finalmente a sus comandantes, que dejaron ver claramente su asombro - ha logrado algo nunca visto, unir esa cantidad bajo el estandarte de un único caudillo es algo único en los más de quinientos años de guerra que hemos librado.

- Nos superan enormemente - dijo Beaumont con pesimismo.

- ¿Cómo fue que consiguió agrupar ese número? - le pregunto Alone.

Andros le señaló varios puntos en el mapa, donde se había marcado la posición de los asentamientos principales de las tribus.

- Cada una de estas tribus fueron sometidas - les dijo - nunca pensé que lo lograría tan rápido.

Muchos comenzaron a dialogar entre ellos, Andros escuchaba, esperaba que alguno lanzará una idea que sirviera, pero más que pensar en una solución, se dedicaban a discutir quién era el que tenía más experiencia o más razones para tomar una decisión. Típico, luchaban por el mando. Pero olvidaron algo, algo muy importante, el mando era suyo y de nadie más.

Espero, espero hasta que el orden se restaure, pero no lo hizo, eran como una jauría de perros rabiosos, no dejan de atacarse. Golpeó la mesa con el puño cerrado y el silencio se apoderó del interior de la tienda, las miradas como esperaba estaban todas posadas en él.

- Si así es como hacen las cosas - comenzó sin levantar la mirada de la mesa de madera - prefiero ir solo y desnudo a enfrentar a mi enemigo, porque con ustedes de mi lado es aún más peligroso. Si no logran callarse y obedecer mis órdenes, entonces me desharé de todos y cada uno de ustedes.

Los hombres de las tribus rápidamente inclinaron la cabeza, los mercenarios de Malco estaban sorprendidos y a la vez satisfechos por lo que acababa de pasar, se veía en sus rostros. Pero los hombres del rey se sentían claramente ofendidos. Se creen mucha cosa, pero a sus ojos no eran nada más que un montón de aristócratas que debían todo lo que poseían a su linaje. Toda la atención estaba en él.

- Puede que haya aumentado sus números rápidamente - comenzó - pero creo que Kardus puede probar en frente de todos, que solo puede haber una manera de reunir a tantos hombres y esa es por medio de duelos.

Kardus no dijo nada pero hizo un claro gesto de aprobación con la cabeza.

- Eso quiere decir que ha matado a todos lo jefes de esas tribus en combate singular, en frente de todos sus guerreros - mientras decía eso, parecía que los ojos de los mercenarios se encendían, entendieron al instante lo que insinuaba, pero no le sorprendió ver en la cara de los aristócratas un sentimiento de superioridad que no les dejaba ver nada más allá de sus malditos apellidos - esas tribus solo lo siguen porque creen que es el más fuerte de todos, ellos siguen la fuerza, lo que debemos hacer es demostrar nuestra propia fuerza en frente de ellos.

- Claro - dijo el señor Beaumont adelantándose a todos - un duelo puede ser nuestra mejor opción.

No fue una sorpresa que Kardus dejará escapar en ese momento una potente carcajada.

- ¿De que te ríes salvaje? - le pregunto con una voz cargada de odio.

- Seré un salvaje señor - dijo Kardus conteniendo la risa - pero no soy un estúpido pomposo con manos de señorita que cree que alguien como Lanza Sangrienta aceptaría un duelo con nosotros.

Veía que Beaumont tenía deseos de responder, pero él no lo dejaría.

- El jefe Kardus tiene razón - dijo fríamente y las intenciones de Beaumont se detuvieron en seco - Lanza Sangrienta es una maldita serpiente, siempre lucha en condiciones favorables para el y además, jamás un jefe de las tribus aceptaría un reto de extranjeros como nosotros, si esa fuera una opción ya podríamos haber pacificado a las tribus hace mucho tiempo.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora