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Las siguientes semanas que siguieron a su boda fueron muy tranquilas, los asuntos de la corte parecían haber vuelto a la normalidad, sus padres se mostraron muy complacidos con todo en general, es más, parecía que después de su boda con Andros habían rejuvenecido, como si una enorme carga se hubiera desvanecido de encima de sus hombros.

Con su esposo, las cosas no iban tan bien, pues parecía que Andros se volvía aún más reservado con ella y había comenzado a reclutar una pequeña agrupación de hombres, le decía siempre que lo que estaba formando era una guardia personal para ambos. Si no estaba con sus hombres en horas completas de entrenamiento, se encontraba con su padre, que al parecer lo llevaba a cada una de las juntas del consejo privado.

- Andros, ¿se casó conmigo o con mi padre? - le preguntó a su madre mientras almorzaban juntas.

- No digas eso.

- Pues qué otra cosa puedo decir, están siempre juntos, y si no está con él, se encuentra con sus hombres - le reclamó a su madre que no parecía que le afectarán sus palabras.

- Tu eres una princesa, mejor dicho, eres la princesa, la única heredera de tu padre y tu esposo, será el único hombre de esta familia cuando sus días lleguen a su fin - su madre la miraba con fiereza - ¿sabes cuáles son las cargas, las verdaderas cargas que deberá afrontar tu esposo?.

María solo se quedó sentada y no apartó la mirada.

- Lo se.

- No - le dijo su madre - creo que no entiendes lo que es ser el consorte, yo soy una consorte, mi única responsabilidad era darle un heredero al rey y ser una esposa fiel.

- Y cumpliste perfectamente tu deber - le dijo al ver que en su tono de voz había cierto reproche a ella misma.

María sabía que el mayor de los arrepentimientos de su madre, era el no haberle dado un hijo varón a su padre.

- Bien - le dijo, pero esta vez había cierta aura siniestra en cómo hablaba - el deber de Andros, será embarazarte para que tengas herederos, también será un esposo fiel y morirá por ti, si llega el momento. Esa es su carga, su vida, ya no es su vida, su vida será tuya y su muerte también.

Escuchar como su madre hablaba de su esposo de esa manera, como si fuera un simple objeto que sacrificara cuando fuera necesario, le dio asco.

- Tú serás la reina, gobernaras esta nación, todo el peso recaerá sobre ti y todo tu peso recaerá en el - le decía con la misma frialdad que antes - tu padre lo lleva a sus juntas, para que aprenda a aconsejar a un monarca, recluta mercenarios como ese gigantón de la maza para que cuando llegue el momento tenga hombres fieles que mueran por ti. Todo lo que hacemos nosotros tres, es para ti. Andros aprende a ser un consejero para ti.

- No hables así de el - le dijo harta de escuchar a su madre, pues esa no era su madre, su madre no hablaba de esa forma y mucho de menos de alguien como su esposo.

Su madre se mostró muy sorprendida al ver como defendía a su esposo.

- ¿Es mi esposo o mi esclavo?.

- Es tu consorte, tu esposo, tu compañero - le dijo mirándola a los ojos - creí que no lo amabas, ¿algo cambió?.

- Esto no se trata de amor - le dijo fastidiada por aquella pregunta - se trata de que hablan de él como si no fuera nada más que un sirviente, algo que desechar cuando llegue el momento en que no me sirva más.

La reina miró su plato, luego apoyó su índice y su pulgar en los ojos, parecía estrujarse los ojos, se notaba que esta conversación la estaba fastidiando.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora