23

513 38 3
                                    


Ella había asentido tras su juramento, aun no podía creer lo que había dicho, un juramento era algo que se debía mantener y nunca romper, pero había jurado algo que no podía jurar, amor, un amor que no sentía. No sentía nada al estar allí arrodillado frente a María, ni se sentía honrado por la nueva posición que ocuparía, ni se sentía disgustado por ser un sirviente glorificado. Todo lo que los rodeaba no significaba nada para él, su destino ya estaba escrito y se había cansado de luchar contra el, lo único que haría desde ahora sería seguir la corriente y esperar el momento en que la muerte le llegará, aunque antes de eso haría todo lo posible por su gente y por aquel país al que debía defender.

Cuando por fin pudo levantarse fue colocado junto al rey y como le habían ordenado, debía tener su mano derecha en el hombro de su nueva esposa y su mano izquierda en su espada, un símbolo de protección. Todos los presentes observaban cómo el sacerdote ahora parado frente a él colocaba en su cuello un collar con una esmeralda incrustada y rodeada por alas de halcón hechas de plata. La esmeralda era la gema real, era el símbolo de la sangre real y el halcón el símbolo de la casa real, aquel collar por lo que le habían explicado era una insignia del consorte de la reina.

- Esta unión ha sido presenciada por todos, pero más importante, ha sido presenciada por los dioses y es frente a ellos que esta joven pareja se ha unido en santo matrimonio - proclamar ante todos el sacerdote, que ahora le extendía la mano a la princesa.

Maria tomó la mano del anciano sacerdote y se levantó del trono, no solo como su nueva esposa, sino como la heredera de pleno derecho al trono de su padre. Un trono que ahora era más de lo que Andros comprendía, pues era algo casi ridículo pensar que debería morir porque esa mujer lo ocupará y más tarde sus hijos, morir por una pertenencia. Sonó interesante la idea en su cabeza.

El sacerdote le extendió la otra mano a él, Andros colocó su mano izquierda en ella. Juntó sus manos y tomando un pequeño recipiente lleno de aceite, lo derramó en ellas. Era oficial, eran marido y mujer, eran consorte y reina. El sacerdote hizo una reverencia ante ellos y todos los presentes lo siguieron, los únicos que no se arrodillaron, fueron el rey y la reina.

- Deben sellar la unión - dictó la orden el sacerdote.

Ambos estaban mirando en dirección a los presentes, se miraron y tuvieron que enfrentarse. María no lo miraba a él, más bien parecía que veía su pecho, era muy baja en comparación con el, era una niña. Tenía la misma altura que ella. Andros cerró los ojos, respiro y exhalo lentamente, volvió a abrir los ojos. Tomó con su mano el mentón de María, la cual cerró los ojos, se había sonrojado. Todos los presentes miraban con completa atención el acto.

Acerco su rostro al de María, a pesar de que lo había levantado, necesito inclinar ligeramente la cabeza. La respiración de la joven se agitó ligeramente cuando dejó escapar su respiración en su rostro. Andros cerró los ojos y unió sus labios en un beso lleno de amor, pues al cerrar los ojos en su mente solo apareció la imagen de Helena, tal y como había estado aquella noche en las murallas de Las Diez Forjas, antes de que los cuernos sonaran. En su mente había engañado a su cuerpo y había besado, no a María, sino a aquella joven que le habían arrebatado.

Cuando se separaron y abrió los ojos, pudo ver que María respiraba agitada y que el rubor de sus mejillas se había expandido por todo su rostro, hasta su cuello estaba rojo. Lo miro con los ojos como platos, se notaba lo perplejo que estaba. Andros entendió en ese momento, que María no había besado nunca a nadie. Se sintió culpable por eso. Tenia entendido que el primer beso es muy importante para las mujeres que lo que él podría suponer.

- Alabados sean los dioses - proclamó el sacerdote mientras se levantaba con un poco de esfuerzo.

Los invitados también se levantaron aplaudiendo. Andros los miro a todos, muchos de los presentes ya los había visto en algún momento, pues eran de la corte, pero varios otros le eran completamente desconocidos. El anciano Héctor estaba en una de las primeras filas acompañado por su ayudante. Vio al enorme caballero con el que había entrenado, aún tenía unos vendajes en el cuello y lo miraba con desprecio. También vio muchos otros que los miraban pero no les dio importancia. Pero el que sí lo perturbó fue el enviado del principado, pues lo miraba no con indiferencia o con desprecio, tampoco los miraba con una sonrisa, como si estuviera disfrutando de la unión de dos jóvenes en matrimonio. Lo estaba mirando a él, lo miraba inquisitivamente y con ilusión en los ojos. ¿Acaso esperaba algo de él?.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora