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Desde lo alto de la torre se podía ver como su ciudad ardía, era una noche de fuego y gritos. Era frustrante que esto estuviera pasando en su primer día como reina coronada. Desde sus ventanas se podía ver cómo los ciudadanos corrían a resguardarse en las plazas, alejándose de los edificios en llamas y los combates que se libran en las calles. María no estaba segura, pero parecía que sus fuerzas estaban logrando someter a los agitadores.

- Majestad - dijeron desde la puerta mientras la golpeaban suavemente - ¿puedo pasar?.

La voz la reconoció al instante, era la voz de Andros. No se esperó a que María respondiera y la puerta se abrió, Andros entró con aún más rastros de combate en el rostro y sujetaba con fuerza a alguien del brazo. La persona a la que llevaba se agitaba con clara irritación en su rostro y por primera vez en su vida vio a Ambras vestido con ropas formales. Parece que también había recibido varios golpes en el rostro, vestía una camisa blanca y un chaleco negro muy elegante, no llevaba armas algo que era una rareza.

- Como le prometí traje a Ambras para que tengan una junta - le dijo entonces Andros mientras soltaba a Ambras que a su vez agito el brazo como si no tolerará que su esposo lo hubiera arrastrado hasta allí y lo hubiera vestido de esa manera - quiero que hablen y cuando vuelva con los miembros de tu consejo para una junta, deben ser los mejores amigos.

María y Ambras miraron a Andros con furia y este simplemente sonrió de una manera burlona. María quiso lanzarse sobre él, pero antes de que diera un paso la puerta se cerró.

- Bastardo - dijo Ambras con furia - odio que haga estas cosas.

- ¿A qué te refieres? - le preguntó María mientras se volteaba para verlo.

Sus ojos color miel la atravesaron. De no ser por la barba que decoraba su rostro se podría decir que era casi idéntico a su difunta hermana.

- Claro - dijo mientras se cruzaba de brazos - tu aun no estas acostumbrada a que te de ordenes.

- Sigo sin comprender lo que dices.

Ambras se sentó en una de las sillas que había alrededor de la mesa de Andros.

- A que tu querido esposo da ordenes y ordenes, pero nunca piensa realmente en lo que quieren los demás - dijo mientras seguía estudiando a María con la mirada.

María conocía a ese hombre desde hacía más de dos años, era el mejor amigo de su esposo y jefe de su guardia personal, también se podría decir que era igual a Andros en todos los sentidos, alto e intimidante, frío y estricto. María también había conocido a su esposa con la que tenía una buena relación, pero nunca hubiera imaginado que era alguien más unido a Andros que solo por la amistad, si el destino hubiera sido más favorable, habrían terminado siendo familia, unidos por la unión de Andros y la hermana de Ambras.

- Andros nunca piensa en los deseos de los demás - continuó el hombre mientras apoyaba uno de sus codos en uno de los brazos de la silla y relajó el cuerpo - creo que es así porque el mismo no tiene deseos, pero bueno, será mejor que acabemos con esto ahora y nos ahorremos tiempo.

- ¿Me explicas por qué dices que no tiene deseos? - le preguntó, si tenía que quedarse encerrada allí con ese hombre, lo mejor era aprovecharlo, si alguien entendía la mente de su esposo ese era su mejor amigo.

El ambiente se congeló, Ambras ya no lo observaba, observaba su mano, una mano en la que se había puesto la sortija que Andros le había dado.

- Veo que su luto acabó al fin - dijo Ambras apartando la mirada de su mano - eso es bueno.

María hizo el ademán de querer quitarse la sortija, no debería haberse puesto el anillo, debería haberla guardado.

- Ni se te ocurra quitarte ese anillo - dijo sin mirarla, miraba la jarra y las copas que estaban sobre la mesa - eso le rompería el corazón a ese idiota.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora