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El campamento que habían establecido los mercenarios de Malco era enorme, le sorprendió a Andros que su amigo hubiera logrado reclutar un número tan alto de hombres en tan poco tiempo. Le habían dicho que podrían conseguir tres mil hombres recurriendo a las pequeñas organizaciones mercenarias que había en las naciones vecinas, pero no esperaba que consiguieran reunir a más de cinco mil soldados y por lo que lograba ver al recorrer el campamento era que estaban bien equipados, bien alimentados y eran disciplinados.

Andros tenía que ser sincero, no veía un buen resultado al conflicto que se avecinaba, en su opinión el reino de Alban no estaba en la mejor posición y sus ejércitos estaban muy fragmentados en tan inmenso territorio y sus enemigos se acercaban cada vez más.

- ¿Cómo lograron reunir un número tan grande? - le pregunto a Malco y sus capitanes cuando se reunieron en su tienda de mando - me habían dicho que podría esperar como máximo tres mil, y aquí reunieron cinco mil hombres aproximadamente.

Malco sonreía complacido mientras llenaba una pinta de cerveza y la ponía en la mesa delante de él.

- La verdad es que no esperábamos que vinieran tantos - dijo el viejo Alone - mande cartas a todos mis contactos en el continente y al saber que otorgaría sus tierras a quienes acudieron, bueno, atrajo la atención de todos estos hombres.

- Se muy bien cuando añoran los mercenarios obtener tierras para sus familias - dijo Andros mientras apartaba la pinta de cerveza, no estaba de humor para un trago en ese momento - pero no esperé que llegaran tantos.

- Lo dices como si fuera algo malo - lo acusó Alone - en nuestra situación necesitas a cada hombre que puedas usar y estos son buenos hombres, confío plenamente en cada uno de sus capitanes, hombres con los que luche y sangre, confía en nosotros muchacho.

Andros no pudo evitar sonreír aunque no estaba complacido por las palabras del anciano, aún se lograba ver cierto tono en su voz, en la forma en la que le hablaba, en la forma en que lo miraba, en la cabeza de aquel anciano mercenario Andros seguía siendo el rey que deseaba poner en el trono de Alban.

- Necesito a estos hombres - dijo Andros finalmente - pero debo recordarles que el grueso de las fuerzas de María son hombres de nobles, nobles que me odian y odian el uso de mercenarios, usare a estos hombres y a los que sobrevivan a esta guerra serán recompensados con las tierras que el rey Guillermo me otorgó hace años, nunca las quise y es mejor dársela a quienes los merecen.

Los mercenarios allí presentes eran tan diversos que era sorprendente lo deferentes y a su vez similares que eran os hombres de todo el mundo, altos, bajos, de piel blanca como la nieve o tez oscura como el carbón, con ojos castaños o negros y azules o verdes, pero todos, a pesar de sus diferencias eran sodados y todos seguían el mismo código, el de la disciplina.

- Con estos hombres podremos ganar ventaja - dijo Andros mientras extendía un mapa sobre la mesa - pero debemos también esperar a ver qué es lo que decide mi esposa y su consejo de guerra.

- ¿Usted no es el que está al mando? - preguntó un mercenario alto y de tez morena, no conocía su nombres y tampoco le interesa saberlos de momento - se suponía que usted era el general por el que veníamos a luchar.

- No querido Maotut - dijo el viejo Alone con disgusto - el hombre aquí presente es un consorte, un general más de los muchos que sirven a la reina María gobernante de estas tierras, la única diferencia es que este hombre se la lleva a la cama cada vez que quiere.

Los mercenarios rieron ante el chiste de Alone, pero al ver que Andros miraba con mirada asesina al anciano mercenario las risas desaparecieron.

- Alone - dijo Andros reprimiendo sin éxito el desprecio en sus palabras - si no cierras la boca y dejas de hablar de mi reina, juro que te corto la cabeza, ¿entendido?.

El Consorte y La ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora