Nunca más mi amor.

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#Marcos

Me quedé allí de pie mirando fijamente el punto por donde se había marchado, lo que me pareció una eternidad. Después decidí dejarla a solas y me marché a mi despacho para trabajar. Trabajar, trabajar, trabaja, era lo único que siempre me había mantenido cuerdo. Revisé las miles de cuentas que llevábamos al día, los hoteles que estábamos reformando, los contratos con los inversores, la sociedad de socios, revisé todas y cada una de las remodelaciones que habíamos hecho este año, y las ganancias totales en bruto. La empresa por suerte iba bien, bastante bien, teníamos suficiente patrimonio comprado, como para seguir expandiendo la franquicia familiar por nuevos países durante años y años. Y pensar que mi hermano venga a por algo de esto, me desquiciaba. Porque aunque lo que le pertenece por derecho de mi padre apenas eran tres hoteles, el dinero que se sacaría de ellos podría hacerle millonario. Y no era justo, porque eso lo había sacado yo con el sudor de mi frente y con la ayuda de Ryan, él sí se merecía esas propiedades. Raúl no haría más que gastar todo el dinero sin desconsideración alguna, luego vendría a por más y al final acabaría llevando a la quiebra todo lo que tanto ha costado levantar.

- Señorito Marcos - escucho decir a Carmen tras la puerta. ¿Pero no se había ido? ¿Qué hora era?

- Pase, Carmen.

- Perdón señor, vengo a decirle que he dejado la cena lista. Ya me voy - Asiento levantando la vista del ordenador.

- ¿Y mi mujer?

- Señor... la señorita Mía no ha salido de su habitación en toda la tarde.

¿Qué no ha salido? ¿Un demonios está haciendo?

- ¿Qué hora es? ¿Cuánto tiempo lleva ahí encerrada?

- Unas cuatro horas, cinco quizás - susurra ella llevando la mirada al suelo. Creo que la estoy intimidando.

- Mierda - me digo para mí mismo.

- He ido a verla, pero no me ha dejado pasar. Me ha dicho que estaba indispuesta. - Asiento sin querer decir nada, toda la culpa la tenía yo. Y Carmen lo sabía perfectamente.

- Escúcheme Carmen, creo que merece usted una disculpa por mi comportamiento de hoy. No he estado del todo acertado.

- Le entiendo, señor. No todos los días podemos estar bien.

La miro. Acaba de hablarme como una madre a un hijo a pesar de haber tenido que soportar mi mal temperamento sin venir a cuento.

- A todo esto, ¿Qué era lo que tenía que decirme esta tarde tan importante?

- ¡Ah, si! - exclama sorprendida como si se hubiera acordado de algo - Su suegro, señor.

Me pongo alerta.

- ¿Mi suegro? ¿Qué pasa con mi suegro? - pregunto inmediatamente. Se me han tensado todos los músculos del cuerpo sin ni siquiera darme cuenta.

- Su suegro ha llamado hoy a la casa, y como ninguno estaban pues he cogido yo el recado. Y me ha dicho que le diga a su hija, que van a venir a la ciudad unos días por negocios, que tienen un contrato que cerrar aquí o algo así. Verá, yo no entiendo mucho de esas cosas.

- ¿Negocio? ¿Qué clase de negocios?

- No lo sé señor, lo que le he contado es todo cuanto sé.

- ¿Mía sabe algo de esto? - le digo con una mirada inquisidora.

- No señor, no he tenido oportunidad de hablar con ella.

- Bien. Pues márchese ya para su casa. Y no le diga nada cuando la vea, yo seré quien la ponga al tanto de todo.

Y tras asentir varias veces con la cabeza, Carmen se va cerrando la puerta de mi despacho tras ella, y dejándome con mil líos en la cabeza. Estamos a días de la boda de nuestros mejores amigos, acabamos de pelear, mi hermano y nuestra fatídica relación de por medio, la presencia de Cloe también, y para colmo ahora vienen los padres de Mía a la ciudad. Y por supuesto, querrían ver a su hija o a sus nietos... esto parecía una broma.

Suspiro antes de apagar el ordenador y guardar todos los papeles que hay encima de la mesa en los cajones. Había sido un día muy largo, y lo peor es que aún no había acabado. Tenía que arreglar las cosas con mi mujer.

- Mía - digo pegando suavemente la puerta de nuestra habitación.

Pero nadie me contesta. Así que decido entrar. Mis pies se paran unos segundos para dejarme observar la escena. Mía está sentada en su preciado sillón rojo frente al balcón, con las luces apagadas, las rodillas pegadas al pecho y su cara apoyada sobre ellas. Está preciosa hecha un ovillo con la luz de la luna alumbrándole.

- Nena - digo cuando llego hasta ella y me agacho hasta ponerme a su altura.

- No quiero hablar, Marcos - me dice con un hilo de voz. La miro, me mira y me siento la mierda más grande que haya en el mundo. Ya ni siquiera llora, solo me mira fijamente, en sus ojos solo hay... dolor.

- Entiendo -digo asintiendo- ¿Me haces un hueco?

Ella me mira durante unos segundos que a mí me parecen horas, y luego se aparta a un lado sin decir una sola palabra. Pero yo no me puedo resistir, así que hago como que me caigo sobre ella, y en el momento en el que va a quitarse para que no la aplaste, me escabullo por debajo de su cuerpo y acabamos sentados con ella sobre mi.

- ¿Qué haces? - pregunta con tono molesto. Pero sé que no lo está.

- Perdón, casi me caigo, no quería hacerte daño.

Mía no me responde y yo tampoco me atrevo a decir nada que pueda empeorar la situación. Sin embargo, algo se enciende en mí cuando la veo sonreír suavemente pegada a mi pecho. Y jugándomelo todo a una, decido envolver mis brazos alrededor de su cuerpo para pegarla hacia mí y dejarle un beso en la coronilla.

- No te aproveches más - me sorprende de repente su voz.

- Lo siento - pero no aflojo mi agarre sobre ella. Y ella no dice nada, tampoco se ha separado un solo centímetro de mí.

- Te juro que si vuelves a hacerme sentir como me he sentido hoy, Marcos,esto se acaba.

- Nunca más mi amor, nunca más.

TUYA (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora