Dejamé que te quiera.

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#Mía

Mire a mis hijos durmiendo como ángeles a mi lado. Evan descansaba plácidamente abrazado a mi pecho mientras que Olivia dormía con su cabeza apoyada en mi hombro, apenas eran las diez de la noche pero yo estaba casi igual de cansada que ellos. Lo único que me mantenía en pie era poder ver a Marcos antes de quedarme dormida, seguro que vendría mucho más que cansado de trabajar. Sin embargo, nosotros tres habíamos pasado todo el día ensayando el discurso que Olivia iba a dar en la fiesta de cumpleaños de Eva, incluso me lo había llegado a aprender de memoria mientras le ayudaba a recitar. Últimamente era lo único que hacía, ayudar a mi hija en las cosas del colegio, del baile, el discurso para su abuela... daba gracias a Dios porque Evan fuese tan calmado, alegre, cariñoso... este niño era una verdadera bendición.

- Señorita Mía, ¿puedo pasar? - escucho decir a Carmen tras la puerta de mi habitación.

- Claro Carmen, pasa.

- Solo venía para ver si necesitaba ayuda con los niños antes de irme a casa. Puedo acostarlos yo mientras usted se da un baño o se sienta a cenar, le he dejado crema de calabacín para cuando el señor venga.

- Dios mío Carmen, ¿qué sería de esta casa sin ti? - ella me sonríe con dulzura. Habíamos creado un vínculo increíblemente fuerte con ella desde que nos vinimos a vivir aquí. - No te preocupes que los acuesto yo, tú vete y descansa.

- Está bien. Muchas gracias señora, buenas noches.

Le contesto con una sonrisa y suspiro plácidamente cuando cierra la puerta tras ella. Yo no era una madre que se desentendiera de sus hijos o que impusiera otras cosas sobre ellos ni mucho menos, más que nada porque nunca lo había sido, pero sí que era cierto que contar con la ayuda de alguien como Carmen en casa, me permitía tener algo más de tiempo para mí misma y no saturarme. Olivia era una niña muy inquieta, y por algún motivo, parecía que mientras más mayor se hacía más nerviosa era, siempre corriendo, bailando y saltando por todas partes como una loca. Evan sin embargo, era un bebé que por muy bueno que fuese a sus tres meses de vida, necesitaba una atención las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. Y ahí es cuando entro yo, Evan me necesitaba a cada instante, y yo necesitaba saber que estaba bien.
Los volví a mirar una vez más antes de quitar la cabeza de Olivia con cuidado de mi hombro y levantarme con Evan para meterlo en la cuna que tenía a mi lado de la cama. Aunque ya tenía habitación propia como su hermana, me parecía muy pequeño todavía para que pasase solito las noches. Le acosté con el mayor cuidado del mundo para no despertarlo, lo arropé con su mantita blanca y le dejé un beso en sus mullidos mofletes. Era tan guapo, tan bueno y estaba tan apegado a mí, que me costaba dejar de mirarle dormir. Mi niño era un bebé feliz que se había dormido en los brazos de su madre sin saber todas las cosas que le depararía la vida fuera de ellos.

- Mami - susurra Olivia entre sueños cuando la tomo en mis brazos para salir de mi habitación hasta la suya. Ella no tarda ni dos segundos en apoyar su cabeza en el hueco de mi cuello para seguir durmiendo, y a mí como cada noche, se me encoge el corazón. Pienso en lo mucho por lo que hemos pasado hasta llegar a ver a mi hija aquí, viviendo con su madre y su padre en su casa y con un hermano en el mundo. Sonrío acariciándole la cara cuando la arropo y le dejo un beso en la mejilla a ella también. Es tan guapa, y parece tan inocente cuando duerme...

- Buenas noches mi amor - le digo aunque sé que no me va a escuchar. Salgo de la habitación de mi hija cerrando la puerta con cuidado de no despertar a nadie, me voy para abajo. ¿Qué hora es? ¿Porqué Marcos no está en casa? ¿Tanto trabajo ha tenido hoy?

- ¿Nena? - escucho decir en cuanto entro a la cocina. Sonrío sabiendo de quién se trata, mi hombre está aquí.

- En la cocina, cielo.

Marcos entra a nuestra cocina mientras se deshace de la corbata como si llevarla fuese lo peor del mundo, tan guapo como siempre vestido de chaqueta y con un maletín en la mano. Siempre me había encantado su forma de vestir, pero debo confesar que él pantalón del traje le quedaba tan excesivamente bien que cada vez que se lo veía me preguntaba si alguien más en su oficina se estaría fijando en lo mismo que yo.

- Hola preciosa - dice cogiéndome de la cintura para darme un suave beso en los labios -¿Y los niños?

- Durmiendo, Olivia se había empeñado en ver una película de dibujos animados así que se la he puesto, pero solo me ha hecho falta peinarla después de la ducha para que se quedase dormida - le digo rodeando su cuello con mis brazos. Me gustaba tanto estar así con él, tener charlas de padres... de padres de verdad, con sus treinta y dos y mis veintiséis años. Aquí estábamos.

- Después iré a verles. Pareces cansada- me dice mientras pone un mechón de pelo tras mi oreja. Yo le miro a los ojos mientras tanto, y en cuanto él me mira, me siento vulnerable, desnuda ante él, con vergüenza delante de mi futuro marido.

- Estoy un poco cansada - admito.

- Lo siento. Quería salir antes de la oficina y ayudarte con los niños pero ha habido mucho trabajo hasta última hora y... le interrumpo.

- Demasiado haces ya con mantenernos a los cuatro con tu sueldo - susurro con la cabeza agachada.

- Nena no te preocupes, estoy seguro de que encontrarás algo que te guste cuando te reincorpores.

- Ya pero...

- Pero nada, eres genial y tienes un potencial increíble que solo pocos llegan a ver.

- Gracias, supongo - le digo mientras escondo mi cabeza en su pecho. Y sé que puedo parecer un poco diferente a cuando nos conocimos aún siendo niños, sé que es increíble que aun después de haber hecho todo y más porque se fijase en mi, me entrase la vergüenza, cuando ya estamos juntos y teníamos dos hijos en común.

- Dame un beso - susurra Marcos sobre mis labios. Yo le hago caso y le beso, sabiendo lo que mi cuerpo y el suyo están pidiendo a voces.

- Marcos - intervengo frenándole para que no suba mi camiseta y deje mi cuerpo a pleno alcance, pero a él eso parece no importarle.

- No Mía, hay miles de madres con cuerpos totalmente desastrosos después de dar a luz. Y no sé cómo, pero el tuyo se mantiene increíblemente bien así que no te tapes conmigo.

- ¿Y yo como sé que lo que dices es verdad? - pregunto restándole a los ojos. Él me corresponde sin apartar la mirada de mí, y cuando está a centímetros de mi...

- Déjame que te lo demuestre, nena. Déjame que te quiera.

TUYA (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora