Un anillo para Emma

14

Bram:

—Esto no es lo que parece, conde. —Insiste ella, su voz sale temblorosa, culpable.

Eso me hace sentir mucho más enojado.

—¿Y qué es, Emma?

Ella abre los sorprendida por mi tono.

—¿Por qué éstas tan enojado?

—Odio que me mientan en la cara... ¿Qué te parece?

Listo, me da una expresión ofendida. —¿Me has llamado mentirosa?. —Se apunta con el dedo.

Alzo una ceja.

—No soy una mentirosa, estoy diciéndote la verdad. —Asegura bajando el brazo.

Escucho sus palabras, pero lo que mis ojos prestan atención es como Emma Dempsey va vestida, esa camisa larga sin nada a de bajo, no estoy más de un metro de ella y veo muy bien que no trae sujetador, los pezones se le marcan sobre la camisa y mi entrepierna despierta mientras observo lo deliciosos que se ven.

Joder...

Tengo una mezcla de deseo y enojo, nada puede ser tan fuerte como eso.

Imagino a Emma salir de la habitación de un hombre, de alguien que disfruto de ella anoche y de esos deliciosos pezones.

Sin soportarlo, digo.—Decir la verdad y encontrarte vestida como una mujer de una noche, no lo sé, Emma.

Ella retrocede decepcionada.—Me ofende, Conde.

—Por algo debes sentirte ofendida, Emma.

—Ni siquiera me dejas explicarte y ni debería hacerlo. ¿Solo somos amigos, no? No eres mi padre o mi novio..

—Ya entendí, Emma. No me debes explicaciones, entonces no intentes dármelas.

—Bram.

Mis puños vuelven a apretarse y mi sangre hierve, estoy tan enojado que no controlo lo que sale de mi boca.

Es como si quisiera soltarle todo mi enojo. —Solo estoy decepcionado, jamás creí que estuvieras tan desesperada.

—¿Qué?

—Alegas querer encontrar al hombre perfecto, pero te metes en la cama del primero.

Ella no agrega nada, coge el carrito y lo gira.

—Emma.

Se detiene, mi mirada baja por su cuerpo en esa camisa,

—¿Y qué si fuera así?. —Me suelta.

Alzo las cejas.

—Si dormí con un hombre anoche.

La sangre me hierve, empiezo a ver rojo.

—¿Eso me hace tan mala mujer? Sé que tiene sus costumbres, Conde y es hipócrita juzgarme cuando te metes a la cama con cuanta mujer de Monte Carlo te cruces.

—No..

—¿No qué?

No he dormido con nadie desde que te conocí.

—¿Piensa que por ser un conde no puedo juzgarle o decir sus verdades?

—Emma. —Intento detenerla, pero ella me aparta.

—No se trata de eso.

—¿Entonces de qué?

No respondo y ella sonríe, negando.