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Mayo 23

Hacía mucho tiempo que no venía aquí. Han pasado muchos años desde el día que salí del orfanato y decidí que este sería el primer lugar al que debía ir, también ese día decidí no volver a venir jamás.

Y es que dolía como sí un millón de cuchillos atravesara cada centímetro de mi piel sin ningún tipo de contemplación. Fué realmente tortuoso pararme frente a las tumbas frías de mi familia. Aún puedo sentir el ardor en mi pecho aquella mañana cuando tan solo tenía dieciocho años.

Era el mismo ardor que ahora estoy sintiendo, a diferencia que ahora también la culpa me anulaba todos los sentidos.

Bajo mis pies, algunas ramas secas crugen al recibir mi peso. El cementerio está desolado, justo como aquel día en el que únicamente Camerón me acompañaba. Las nubes grises, cargadas de agua que en cualquier momento mojarían todo debajo de ellas, contrastan perfectamente con el sentimiento melancólico, culpable y triste que se mantiene en mi pecho.

Estar en este lugar y a pesar de que no es el mismo panteón, me lleva a los malditos cuatro años en los que estuve llorando la muerte del asesino de mi familia. Fuí una idiota, una estúpida, ignorante.

Desearía que jamás hubiera reaparecido, desearía  con toda mi alma que realmente hubiera muerto ese día.

Lo odio. Lo odio muchísimo más de lo que alguna vez pude odiar. Lo odio por haberme hecho cada una de las cosas que me hizo, lo odio por ser él, lo odio... Lo odio porque no puedo evitar que odiarlo también me lastime.

También me odio a mí, por haberle permitido tanto, por complacerlo en cada cosa, por besarlo, acariciarlo. Por si quiera haberle dirigido la palabra. Por haberle dado la felicidad que me quitó a mí y mi familia, por darle a él lo que a los doce años me quitó. Me odio por haberle amado... Por que aún y apesar de todo el desprecio que ahora siento por él, no me es posible afirma que lo he sacado por completo de mi corazón.

¡Y no lo entiendo! ¡No sé porqué aún no puedo hacerlo! ¡Yo lo odio! ¡Lo aborrezco y no lo deseo cerca de mí!... ¡Él mató a mis padres y hermano!

Cierro los ojos con fuerza y suelto aire al tiempo que el viento frío de la mañana sopla sobre mi rostro y me hace sentir aún más la humedad en mis mejillas.

Me abrazo a mí misma y me enfoco en el pequeño sendero de césped por dónde camino, y nada tardo en visualizar las tres tumbas dónde yacen enterrados los restos de las personas que más amé.

Mi corazón se encoge y mi estómago se retuerce. Un millón más de emociones me carcomen el pecho y por un par de segundos se me olvida la forma correcta de respirar.

Sin dudarlo me dejó caer hasta quedar sentada frente a la lápida del medio, la misma que lleva el nombre de mamá grabado en ella. Las tres lápidas estaban muy cercas, cinco centímetros las separaban entre sí. Los nombres y dedicatorias vacías que las personas encargadas de enterrar los cuerpos grabaron sobre las lápidas, estaba ocultas por mucha suciedad; hojas y ramas secas de los árboles cercanos. Estaban abandonadas, de todas son las más descuidadas y eso sólo provoca más culpa en mi interior.

Estaba aquí, frente a lo único que quedaba de ellos. Mi corazón late con rapidez y las lágrimas de culpa no paran de mojar mis mejillas.

Justo ahora me siento como sí hubiese sido yo, como qué sí fuera yo quien acabó con sus vidas. Me siento como la mayor de las traidoras, siento que no merezco ni siquiera sentir dolor.

Los traicioné... Me enamoré del hombre que los asesinó.

—Lo... Lo siento.— susurro entrecortada al no saber ni siquiera que decir.

Mil pedazos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora