El ascensor se detiene y abre sus puertas en el living de la empresa, suelto un suspiro y empleando mi actitud seria, empiezo a caminar con seguridad y sin mirar a nadie. En estós últimos años entendí porqué la actitud de Damián con sus empleados, sus aires de grandeza, de altanería cuando estaba frente a ellos.
Y es que no era para nada fácil llevar las riendas de una empresa de tal magnitud como para que encima tener que estar pendiente de cada cosa que hacían los empleados para que no arruinanse las cosas importantes. Yo trataba de ser amable, de ser gentil y no una jefa autoritaria y detestable, pero cuando me dí cuenta que muchos de los empleados se aprovechaban de ello, tuve que recurrir a las forma de la bestia y no tener con ellos ninguna otra relación que no fuera la de jefe/empleado. Suena feo, incluso a mí misma me causaba algo de molestia esa normalidad, pero me sostenía de la idea de que debía acrecentar lo que mi bestia dejó en mis manos, debía hacer que se sintiera orgulloso de mí dónde sea que estuviera, y dejando que los empleados hicieran de las suyas conmigo no lo iba a conseguir.
Gracias a mi actitud hoy en día puedo decir orgullosamente que estoy dejando la empresa muchísimo más arriba de lo que de por sí ya estaba.
Mis tacones negros resuenan por el living del edificio con seguridad, mis pasos son seguros, como si fuera una maldita reina a la que le importa muy poco las personas a su alrededor. Puedo sentir las miradas que me dedican, quizás las mismas que le dedicaban a Damián cada vez que hacía el mismo recorrido que yo.
Sin detenerme ni un solo segundo y sin desviar la mirada en ningún momento, salgo de interior del edificio y el cálido sol de primavera acaricia mi piel delicadamente, echo un vistazo a mi alrededor; autos que transcurren con serenidad, personas caminando, algunas van rápido otras van tranquilas, edificios por dónde salen y entran personas cada dos minutos.
Lo normal...
Sin más distracciones acorto la distancia que me separa del auto y me introduzco en él para luego encender el motor y marcharme rumbo a casa de Amy. Estoy sobre la hora, a penas logré desocuparme a tiempo para ir por los niños.
Conduzco en silencio, con la mente en los recuerdos y pensamientos que me abordan cuando no hay nada más ocupando mi cabeza. Los minutos empiezan a transcurrir y con ellos sonrisas nostálgicas, otras más tristes. Recuerdos que hacen que en mis ojos las lágrimas se acumulen, las mismas lágrimas que me obligo a dejar allí.
Su voz inunda mi cabeza y mi corazón se aprieta, puedo sentir su tacto, sus besos, sus abrazos, puedo sentirlos pero al mismo tiempo se sienten tan lejanos, tan distantes, tan... Tan nada, no siento nada, hace mucho que no siento nada porqué todo está en mi mente, en mis recuerdos, Damián no está.
Golpeo el volante en un pequeño intento de liberar la frustración, la importancia, el dolor latente... El dolor que tal parece que nunca me a abandonar.
—Ya basta, Ámbar— me regaño a mí misma con enojo mientras adentro el auto al vecindario de Amy.— ya no más— susurro y suelto aire por la boca.
Avanzo unos minutos más y estaciono el auto detrás de el Liam, apago el motor y me quedo unos segundos sentada sin más, tratando de recuperarme, tratando de relajar mi corazón. Giro la cabeza al lado derecho y a través de la ventana del copiloto puedo ver la casa de Amy. La misma que visité con Damián en víspera de navidad hace más de cinco años.
Lie estuvo mucho tiempo tratando de convencerla para que fuera a vivir con ella, pero mi querida Amy se negaba rotundamente a abandonar el vecindario que vió a sus pequeños crecer. Ahora la casa sin dudas era una de las más bonitas y grandes de esté y todos los demás vecindarios cercanos.

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Mil pedazos.
RandomPromesas sin cumplir. Un profundo vacío. Un amor obligado a terminar. Lágrimas de dolor. Una hija por quién seguir. Y el alma en mil pedazos. Eso fué lo qué Damián dejó a Ámbar en el momento exacto en que su corazón dejó de latir. Él llegó a ella pa...