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Salgo de ascensor y entro a la sala de estar del penthouse, dejo mi bolso en la mesa de cristal y repaso el lugar algo oscurecido gracias a qué todas las luces están apagadas y al cielo gris que impide que la luz solar entre por los ventanales.

—Voy a llevarla a la cama.— ante la voz giro para encontrarme con Damián, quién sostiene a una adormilada Mía en sus brazos como sí fuera un bebé recién nacido.

Asiento y él enseguida empieza a caminar hacia las escaleras, por inercia mis ojos lo siguen paso a paso, observando detenidamente lo bien que luce el hijo de puta, me encanta sin duda lo bien que le queda la camisa de cuello alto, el color negro de ella hace un perfecto y exótico contraste con la piel pálida de él.

—Iré por el resto, señora Webster.— la voz del concerje me hace regresar la mirada de inmediato al ascensor. El joven chico uniformado delicadamente, señala las maletas con sus manos enfundadas en guantes blancos.

Hace años que vivo aquí y aún no tengo idea de porqué usan uniformes exagerados y aparentemente muy incómodos ¿Por qué razón visten trajes tan perfectos e impecables, sí es más que obvio que en un trabajo como ese, elegirías siempre lo más cómodo y simple que tuvieras en tu armario.

—Regreso enseguida, señora.— vuelve hablar aparentemente algo incómodo por el hecho de que me quedé mirándolo como tonta en lugar de responder.

—Si...— susurro asintiendo.— Por supuesto.

El chico asiente y gira sobre sus talones para pasar entre el equipaje que sacó del ascensor, y luego se encierra en este último. Cuando las puertas se cierran por completo es mi turno de girar y empezar a caminar hacia la cocina.

En poco vendrán Hansel y el abogado, y por más que desee ir y darme una larga ducha lo mejor es esperar a que termine la reunión y qué luego de eso todos dejen mi casa. Al llegar a la cocina tomo un vaso y me sirvo agua fresca en él, para luego avanzar hasta la cafetera y encenderla mientras espero por unos minutos a que el café esté listo.

Aún con el vaso en mano, decido salir hacia afuera cuando el sonido del ascensor al abrirse me alenta de que alguien ha ingresado al apartamento. Desde la escalera, Damián me dedica una mirada mientras baja los escalones con pereza y arrastra la chaqueta de traje que antes hacia juego con el lindo suéter de cuello alto que compré para él en Nueva York. Por el ascensor, los cuerpos de tres hombres rodeados de maletas, se hacen visibles a nuestros ojos.

Enseguida reconocí a Hansel, quién fué el primero en salir del elevador con un bolso de viaje guindando de su hombro. Al lado del pelinegro, un hombre alto, de aparentemente unos cincuenta y tantos años, cabello lleno de canas, compostura gruesa y vestido con un costoso traje azul oscuro, yace parado con el rostro serio y un maletín oscuro en una de sus manos. Junto a este y con el semblante respetuoso y algo cohíbido, el mismo chico que había prometido traer el resto de mi equipaje, se mantiene parado firme hasta que los otros dos hombres salen de elevador por completo.

—Iván,— dice el rubio bajando el último escalón y dirigiéndose explícitamente al señor abogado.— bienvenido a Seattle de nuevo.

El señor ríe amable y extiende su mano hasta estrecharla con la de Damián.

—Querido Damián, cuanto tiempo ha pasado.— saluda sin despegar los ojos del rubio.— Ya no eres el mismo jóven inmaduro que tiempo atrás.— Hansel y Damián ríen ante el comentario “divertido” del señor Parker, yo por mi parte hago una mueca en total desacuerdo, pero el único que se da cuenta de ello es Hansel, que reprime una risa.— Cada día eres más parecido a Cristopher.— sin deshacer su sonrisa, Damián aprieta los labios y asiente antes de poner su atención en mí.

Mil pedazos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora