Damián Webster.El celular vuelve a sonar sobre la mesita de noche, lo ignoro una vez más y me concentro en terminar el cigarro entre mis dedos. Mis ojos se pierden en la fuerte lluvia que cae a fuera manteniendo un clima gris y melancólico.
Le doy una calada más al cigarro y abro un poco la puerta corrediza de cristal que da paso a un balcón. El olor a humedad no se hace esperar y se adueña de cada rincón de la habitación blanca y fría del hotel en el que he estado en las últimas cinco horas.
Doy una última calada y tiro la colilla afuera, mirando atentamente como la lluvia termina de apagarla y hacerla nada. Sonrío sin apartar la vista, evocando en mi memoria cada palabra, cada discusión, lágrima y pelea.
Mis músculos se tensan al percibir la rabia e impotencia que los recuerdos producen.
Tengo la vida hecha mierda.
Un par de manos frías me regresan al aquí y el ahora, se pasean desde mi espalda hasta rodearme el abdomen, y la siento recostar su cabeza en mi espalda. Mi corazón se comprime; a ella le encantaba hacer eso.
—No han parado de llamar, creo que debes contestar.— susurra sin apartar su rostro de mi espalda.
Me remuevo con brusquedad, logrando apartarme de ella. Cierro la puerta que abrí, con tanta fuerza que el cristal se tambalea, pero no le pongo atención, no me importa sí se rompe, no me interesa nada.
A pasos firme me dirijo hasta la mesita y tomo el celular, el nombre de Hansel reluce una vez más en ella, así que suspendo la pantalla y el teléfono deja de sur un jodido dolor de cabeza.
No sé qué carajos quiere, la última vez que hablamos decidió finalmente de parte de quién ponerse. Ya no había nada que decirnos, era un traidor de mierda, fué él quién dejo de hablarme y no pienso ser yo quien se disculpe, ni siquiera quiero una disculpa de él, no quiero una mierda. No necesito a nadie más que a mí, que se joda el mal nacido.
—Hacía muchos años que no nos veíamos.— comenta Sheyla, añadiéndole a su voz aguda, una dosis extra de coquetería.— He he escuchado rumores sobre tí a lo largo de los últimos años...
La ignoro tomando mis bóxers del suelo y recogiéndolos junto al pantalón de traje negro. Sus ojos pardos me recorren de pies a cabeza y se relame los labios al llegar nuevamente a mis ojos. Una vez con los bóxers puestos, cojo el pantalón y empiezo a deslizarlos por mis piernas.
Yace desnuda frente a mí, con un brazo cruzado por debajo de sus pechos, y con los dedos del otro se riza el cabello negro sin dejar de observarme.
La conozco desde hace años, no somos amigos, no somos nada. Simplemente estaba disponible cada que yo lo disponía; una buena distracción, unos buenos polvos de años pasados y que hoy quise recordar.
Hacía poco menos de un mes que mi vida se había resumido a esto. Mientras mi hija no está para centrar mis días, ocupo mi tiempo en distracciones vanales que ni siquiera logran sacarmela de la cabeza. He perdido la cuenta de a cuántas me he llevado a la cama en las últimas semanas, ni siquiera recuerdo los nombres de más de tres de ellas.
Simplemente todo da lo mismo, ninguna me llena como lo hacía ella, ninguna se siente como ella, ninguna lo hace como ella. Ninguna es ella.
Y eso está consumiendome.
—Pensé que había dejado de gustarte.— continúa con su exhaustiva palabrería mientras yo abrocho mi pantalón y me dirijo hasta el diván donde descansa la camisa rosa que Mía insistió en que usara esta mañana antes de salir de la mansión. Ella se pasea sin ningún pudor por la habitación hasta sentarse en la cama y abrir sus piernas para mí.— De un momento a otro dejaste de llamarme.— ronronea, y yo por mi parte, meto los brazos en las mangas largas de la camisa y frente a ella prosigo a abotonarla; de nada sirve seguir follándola como en las últimas horas, de igual forma al acabar seguirá sin ser ella.— Deberías agradecerme, eh.— se ríe cerrando las piernas al entender que no conseguirá nada, por lo que se levanta y viene hasta a mí.— Han pasado seis años desde la última vez que nos vimos, luego de eso me pareció que te olvidaste hasta de mi nombre.— pasea sus labios por sobre los míos, no haciendo más que una simple y vana fricción.
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Mil pedazos.
De TodoPromesas sin cumplir. Un profundo vacío. Un amor obligado a terminar. Lágrimas de dolor. Una hija por quién seguir. Y el alma en mil pedazos. Eso fué lo qué Damián dejó a Ámbar en el momento exacto en que su corazón dejó de latir. Él llegó a ella pa...