Junio, 31
Damián.
Miro la hora en mi reloj; diez y treinta AM, la primera reunión de la mañana se ha llevado más de dos horas de mi tiempo, y encima no hemos concluido ni el ochenta porciento de la junta.
Tecleo en mi laptop enviándole las propuestas a los nueve socios que me acompañan en la larga mesa de reuniones. La mayoría son hombres entrados en edad que hablan con la misma seriedad con la que yo escucho lo que de todas formas no voy a aceptar. Recuesto la espalda de la silla, con los ojos puestos en el viejo que habla intentando agregar cambios que no me interesan al proyecto, mientras los demás revisan lo que les acabo de enviar.
El anciano corta sus palabras abruptamente cuando la puerta de la sala de juntas se abre y mi secretaria aparece por ella con un teléfono en la mano y carpetas en la otra. La reprimo con la mirada por lo que acaba de hacer y su cara de preocupación cambia a una de espanto.
—Disculpe... Disculpe señor.— habla hacia a mí con la voz agitada, al tiempo que se abre paso en el interior.
—Regrésate por dónde viniste.— le digo con seriedad y sin elevar la voz.
—Es que es importante...
—¡Estamos en una reunión importante, señorita!— reprende el anciano que se vió interrumpido por su llegada.
La secretaria da un respingon en su lugar y vuelve a mirarme con súplica.
—¡Largo Mireya!— exijo y asiente con frenesí antes de regresarse sobre sus pies.
Camina a paso decido hacia la puerta pegándose las carpetas al pecho, llega al umbral y está a nada de salir cuando se vuelve a girar hacia a mí y me muestra el teléfono inalámbrico de oficina.
—Es del colegio de la niña, señor.— habla rápidamente achicando los ojos en espera a un regaño.
Pero lo que hago es fruncir el ceño y mirar el teléfono con recelo.
—Es la tutora de la nena, dice que la pequeña está muy alterada y que está pidiendo que vayan por ella.— de inmediato me levanto de mi lugar y voy hacia el teléfono.
—Con todo respeto, señor Webster,— habla otro de los hombres en la mesa haciéndome detener el paso para mirarlo.— entiendo perfectamente su situación personal, y créame que lamento mucho el estado de su esposa. — la rabia empieza a crecer y cruzo las manos a mis espaldas mientras aprieto los puños y lo miro en silencio.— Mejor que nadie sé lo que es cuidar de un hijo sin ayuda de la madre,— continúa.— pero me parece injusto, una falta de respeto que además de haber postergado esta reunión por más de una semana, nos abandone de esta manera en medio de la junta.— ladeo la cabeza llenándome de paciencia para no tirarmele encima.— Nosotros al igual que usted tenemos asuntos personales que afrontar y problemas familiares que resolver, así que le exijo respeto para mí, nuestros socios y nuestro trabajo.
Lo observo un par de segundos antes de asentir y girarme hacia la secretaria.
—¿Que tiene la niña?— niega.
—Nada señor, la tutora solo alegó que la nena quiere venir con usted y qué está llorando por salir del colegio.
—Llama a Lennyn, dile que la lleve a casa y que le diga que estaré con ella en poco.
La secretaria asiente y sale despavorida de la sala. Con la rabia haciendo hervir mi sangre vuelvo a mi lugar y doy un leve asentimiento para que el maldito viejo prosiga con el discurso inservible que dejó a medias.

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Mil pedazos.
RandomPromesas sin cumplir. Un profundo vacío. Un amor obligado a terminar. Lágrimas de dolor. Una hija por quién seguir. Y el alma en mil pedazos. Eso fué lo qué Damián dejó a Ámbar en el momento exacto en que su corazón dejó de latir. Él llegó a ella pa...