Finalmente, transpirada, con el pecho subiendo y bajando a gran velocidad, y casi sin poder respirar, mis pies tocan el primer piso del edificio. Pero no me detengo un solo segundo, y con los labios levemente abiertos para tratar de pasar aire por ellos, sigo corriendo hasta cruzar el pequeño y estrecho pasillo de tan solo unos tres metros que separa el primer escalón de la puerta que me dejara en un pasillo del lobby.
No sé con exactitud cuánto tiempo me tarde en bajar veinte pisos corriendo por las escaleras, pero tampoco me detuve a pensar en eso, lo único que pasa por mi mente es lo estúpida que soy por no detenerme a esperar el ascensor, pues para este tiempo lo más probable es que ya hayan dejado el edificio.
Cruzo el recibidor con premura y por mi aspecto he de parecer una loca, lo sé por la mirada de desconcierto y preocupación que me dedica Kenny y las personas que caminan por el lugar. Pongo mis manos sobre el mostrador de mármol del recibidor, Kenny y dos chicas más están del otro lado, y los tres me miran con extrañeza. Abro la boca e intento decir algo pero la respiración acelerada no me lo permite, me corta la voz.
—¿Señora Ámbar..?
—Mía.—digo sin aire. Él frunce el ceño y me mira confundido.—Mía, entro hace un rato con un hombre y bajo con él luego.— sus facciones se vuelven ahora más preocupadas.
—No, señora.—niega y mi corazón se acelera aún más.—He estado aquí todo el día y nadie a bajado ni subido con la pequeña...
Lo dejo con la palabra en la boca y salgo corriendo nuevamente, pero está vez en dirección contraria a las escaleras de ascenso, ahora mis pies adoloridos y enfundados en tacones altos que por supuesto no están hechos para correr veinte pisos escaleras abajo, se dirigen a las escaleras de descenso que me llevaran al piso subterráneo. Sí Kenny no los vió entrar ni salir, quiere decir que el hijo de puta se adentro por el estacionamiento subterráneo, y no quería ni pensar en qué fué lo que hizo para adentrarse sin problemas a allí, pues sí no eres miembro del edificio y no tienes una credencial que mostrar al identificador a un lado de la verja eléctrica, jamás podrías entrar por allí.
Pero bueno, él era el dueño del edificio, cualquier cosa se le hace fácil.
Mientras mis pies bajaban con premura los escalones, yo rogaba interiormente a todas las fuerzas divinas que aún estuvieran allí, que no se la haya llevado. Mi respiración era irregular y ya casi me sentía desfallecer, jamás en la vida volveré a bajar las escaleras.
—Vamos, nena— escucho su voz alta y mi corazón da un vuelco.— seguimos jugando en casa, bebé. Sal.— sin ser cuidadosa en lo absoluto, abro la puerta de las escaleras abruptamente y enseguida él se gira en mi dirección. Sus ojos destellan fuego, ira, y sus facciones se endurecen.—Vamos hija, sal ahora.—dice nuevamente en voz alta mientras yo me acerco a él y las risitas pícaras de la niña escondida en algún lugar se escuchan por el estacionamiento vacío. —Se hará tarde para ir por nuestro helado y entonces tendremos que esperar hasta mañana...
—¡Aquí estoy!—grita eufórica y sonriente, apareciendo por detrás de un Mercedes negro algo alejado de nosotros.— ¡Mamá! ¡Viniste! ¡¿Vas a venir por helado con nosotros?!— pregunta mientras corre a mis brazos, intento sonreír pero mis labios solo pueden encargarse de mantenerse entreabiertos para recuperar el aire.
Camino un par de pasos para acortar con rapidez la distancia entre nosotras, pero de inmediato las pisadas de su padre también resuenan y a continuación se posa delante de mí y es él quién recibe a la niña en sus brazos. La nena ríe y se acurruca en sus brazos mientras él se incorpora y empieza a caminar hacia una camioneta negra. Lo sigo apresurada intentando por todos los medios recuperar mi maldita respiración rápidamente.

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Mil pedazos.
De TodoPromesas sin cumplir. Un profundo vacío. Un amor obligado a terminar. Lágrimas de dolor. Una hija por quién seguir. Y el alma en mil pedazos. Eso fué lo qué Damián dejó a Ámbar en el momento exacto en que su corazón dejó de latir. Él llegó a ella pa...