03/08/2008
Damián Webster.
—¿Por qué los golpeaste?— la voz enojada de mi padre siguía sonando por el minúsculo espacio del enorme camión que conducía desde hacía unas muy largas horas, el mismo que en la parte trasera llevaba dos toneladas de cocaína.— ¿Sabes por lo menos la magnitud de los problemas que se avecinarán sí el jefe de esos hombres se enoja por lo que les hiciste?
Di un trago a la botella que me acompañaba para luego dejarla en su lugar.
—¡Es mi maldito problema!— grité de mala manera, y es que las palabras que esos hijos de puta, se repetían una y otra vez por mi mente.
—¡No!— gritó de vuelta a través del auricular.—¡No es tu maldito problema! ¡Es de los dos! ¡De todos!
Sus gritos solo provocaron que la rabia me envolviera en su totalidad. Mis dientes se apretaron y casi pude sentir mi sangre hirviendo en mi cabeza, mis manos se afianzaron con tantas fuerzas al volante que claramente pude ver mis nudillos perder el color piel y tornarse a un crudo blanco.
—¡Se lo merecían, joder! ¡Se lo merecían!— repliqué cegado por la ira, al mismo tiempo que con una fuerza descomunal impacte mi puño en medio del volante, causando de esta manera que el claxon del vehículo se activara al instante.
La carretera estaba oscura y vacía, en todo el trayecto no había visto ni siquiera un auto cerca de estas rutas. Es por ello que hacer ruido y olvidar el hecho de que tenía que pasar desapercibido, me importaba una total mierda. Nadie estaba por aquí, nada malo ocurriría.
Un fuerte suspiro de impaciencia, proveniente del otro lado de la línea llegó a mis oídos, haciéndome saber que mi padre estaba tratando de controlar la ira que compartía conmigo.
—Bien.— sentenció con neutralidad.— Supongo que tienes razón.— soltó un suspiro y carraspeó.— Pero dime, Damián, ¿Que fué lo que te hicieron?— preguntó con una calma tan falsa que me hizo enojar aún más.
Maldiciendo como sí no hubiera un mañana, volví a tomar el cuello de la botella de whiskey que les arrebaté a los imbéciles a los que golpeé, y de un gran trago bebí lo último que quedaba. Por segundos el líquido hizo un rápido efecto en mi cabeza, y sólo bastó una milésima de segundos para perder el control del camión, pero no fué por mucho, pues, casi enseguida pude reaccionar y volver a colocar el vehículo en su lugar.
Pero en el rápido movimiento que hice para evitar que el camión se accidentara, dejé caer la botella de cristal y al caer en el suelo, esta impactó con algo de metal. Los recientes y múltiples sonidos, no pasaron desapercibidos para la mente maestra de Christopher Webster:
—¡Maldición, Damián!— regañó de inmediato.— ¡Encima de todo, te encuentras bebiendo en medio de la carretera y en un camión repleto de mercancía!— chasqueé la lengua con fastidio e intenté tomar con una mano la botella en el piso— No debí enviarte, maldita sea que no debí.— esta vez sus palabras van dirigidas más a sí mismo, pero aún así, al escucharlas el enojo que ya se estaba adormeciendo, volvió a aparecer en todo yo.— Debimos esperar a que Hansel regresará de España para...
—¡¿Es que acaso crees lo mismo que esos idiotas?!— casi no pude reconocer mi voz de lo grave que esta salió de mi garganta.— ¡¿Crees que soy un maldito estúpido...?!
—¡No estás pensando, hijo!— me interrumpe.— ¡No lo haces y ese es tu problema!— suelta un suspiro.—Nuestro problema.— se corrige con la voz más calmada.— Nuestro porque yo tampoco estoy pensando. No lo hice cuando teniendo más hombres te envié a tí solo por un cargamento.
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Mil pedazos.
De TodoPromesas sin cumplir. Un profundo vacío. Un amor obligado a terminar. Lágrimas de dolor. Una hija por quién seguir. Y el alma en mil pedazos. Eso fué lo qué Damián dejó a Ámbar en el momento exacto en que su corazón dejó de latir. Él llegó a ella pa...