65

11.1K 927 694
                                    





Agosto, 03




Hansel.



El celular suena indicando la llegada de un mensaje, sin dejar de ajustar las cordones de los zapatos de mi hijo, leo el mensaje que se refleja en la pantalla de bloqueo del teléfono que yace a un lado de Noah en la cama.

—Ya está.— digo terminando mi labor para luego levantarlo por debajo de los hombros y dejarlo en el piso.

—Estoy más guapo que tú.— alardea con una risa que correspondo mientra cojo el teléfono para responderle a Amelie.

—Yo estoy más linda que todos.— interviene Mía deteniéndose a su lado.

—Las princesas siempre son más hermosas que los príncipes.— concuerdo y ensancha su sonrisa antes venir a mis brazos.

—Pero de todos los príncipes yo soy el mejor.— recalca mi hijo y sonrío ladeando la cabeza.

—Concuerdo.— digo divertido y él sonríe.

—¡Yo también!— secunda la pequeña rubia en mis brazos.

—Con gusto seguiría está importante conversación con la realeza, pero sí no nos marchamos ahora, nuestra dulce Lie se convertirá en la dragona de Shrek.— hablo levantándome con Mía en mis brazos y guardando el celular en el bolsillo de mi pantalón.

—¿Por fin?— pregunta Noah con interés y lo miro un segundo.

—Creeme, pequeño príncipe, no querrás luchar con ese dragón.— advierto y ríe.— Así que andando, es hora de ir al reino.

Dejo de sujetar a Mía con un brazo alrededor de su abdomen y la acomodo en mis brazos, al tiempo que ella recuesta su cabeza en mi hombro. Sonrío sintiendo una punzada de tristeza.

Noah camina delante de mí con toda la seguridad que el traje de príncipe le aporta. Él quería ser un caballero pero renunció a la idea cuando la nena en mis brazos lo convenció de ser un príncipe más, pero aún así hizo que Amelie le comprara el disfraz de caballero, uno para él y otro para Mía, quién debía acceder a ser un cabellero también, así como él accedió a ser príncipe.

A la nena no le agradó la idea, mucho menos la forma en que el pequeño pelinegro se la planteó, pero de igual manera la niña a regañadientes aceptó.

—Papá.— canturrea el niño llevando toda mi atención a él, que sostiene entre sus dedos enguantados las llaves de un auto mientras las mueve en el aire.— Yo conduciré.

Asiento mientras corretea hasta el ascensor y sin estirarse ni un poco empieza a presionar una y otra vez el botón hasta que las puertas se abren y se adentra de inmediato.

Es bastante alto para la edad que tiene.

—¿Sí conduciré?— pregunta cuando me adentro con él.

Asiento una vez más.

—Por supuesto.— se ríe victorioso, presiona el botón del estacionamiento subterráneo y las puertas se cierran.— Cuando cumplas dieciocho.

Agrego lanzándole un guiño que él corresponde con una mueca de inconformidad y el ceño fruncido.

Mía se ríe y eso incrementa su molestia.

—No te enojes, Noah,— concilia la niña levantando su cabeza de mi hombro.— falta poco, como...— empieza a contar con los dedos.— trece años.— se ríe.— Entonces sí, enojate porque falta mucho.— reconcidera y río.

Mil pedazos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora