Epílogo

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Diciembre, 24.


Damián.

Ladeo el vaso de cristal en mi mano y fijo mis ojos en el líquido color ámbar que se mueve dentro. Doy un sorbo y lo dejo en mi boca, dejando que el sabor a alcohol me llene todo el paladar.

Miro las dos carpetas con documentos esparcidos por la mesita de centro y me levanto del sillón pasando la bebida por mi garganta.

Necesito un receso de esto.

Le doy la espalda a los papeles y me acerco a la pared acristalada del departamento. Vuelvo a dar otro sorbo y fijo mis ojos en la ciudad que desde mi altura se hace minúscula. Doy otro sorbo a mi bebida sintiendo como un nudo se me forma en el estómago.

Tomo aire profundamente y me alejo del ventanal, camino a paso lento por todo el lobby, pasando la punta de mi índice por los muebles y encimeras.

«Quizás deba pensarlo un poco más... Alargar un poco más el tiempo» no sería mala idea, es una decisión importante. Es mía, siempre ha sido mía, nadie se dará cuenta sí guardo los documentos y los hago esperar por un par de semanas más.

Mis pensamientos cesan cuando durante mi caminata de raciocinio mi pie cae sobre el convertible rosa de Barbies y termino cayendo de espaldas y con un golpe seco sobre el piso de mármol. El vaso se resbala de mis dedos y moja mi camisa azul con el líquido antes de caer a mi lado y quebrarse.

Resoplo hastiado y termino dejando descansar la cabeza sobre el suelo unos segundos. Tomo y dejo salir aire una y otra vez hasta que mi espalda empieza a quejarse de la dureza del piso, así que sin poner atención coloco mis palmas a mis costados y me apoyo en ellas para levantarme, pero como imbécil, también termino cortándome la palma derecha con los cristales en el piso.

—Malditos juguetes de mierda.— susurro limpiándome la sangre con la camisa.

Me pongo de pie y con los dedos izquierdos me saco los cristales que se incrustaron en mi palma. Dejo caer los trozos al suelo y luego los piso con mi zapato, haciendo que crujan bajo mi pie.

—Mierda.— increpo cuando mis ojos caen sobre el auto de las Barbies de Mía, y observo a las tres muñecas que hay dentro.

Una sin cabeza, la otra está aplastada y el brazo de la tercera está tirado cerca de dónde yace también el volante del convertible que ha quedado aplastado y con las ruedas abiertas.

Se fué hace dos días, y en cuatro estará aquí de nuevo, sí a su regreso se encuentra con el auto que recién compramos, roto de esa manera, capaz me lo avienta a la cabeza.

Vuelvo a limpiarme la palma ensangrentada sobre mi pecho cubierto y tomo el autito, la cabeza, el volante y el brazo de las muñecas, antes de irme a sentar en el mismo sofá dónde estaba.

Saco las muñecas del interior del auto rosa e intento arreglarlas, pero a la decapitada la cabeza le queda colgando y sí la hundo más pareciera no tener cuello, Mía se daría cuenta de inmediato. La única manera de colocar el brazo de la que ahora sólo tiene uno, es poniéndolo de tal forma que parece no tener hombros, ni codos, sólo una mano dónde debería estar el hombro. Y a la tercera no hay manera en el infierno de dejarla como antes.

Las ruedas del autito son plásticas y ahora están quebrantadas y aplastadas, el parabrisas está agrietado y faltaría un solo toque sobre el platico transparente para que se salga del marco rosa que lo sostiene. En cuento al volante, se le podría pegar, pero sería una perdida de tiempo teniendo en cuenta que todo lo demás está roto.

Mil pedazos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora