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Después de la llegada de Hansel, los cuatro nos dirigimos al centro comercial donde estaba Amelie trabajando, una vez allí los cinco fuimos al área de comida para tomar el almuerzo que ninguno de los tres adultos habíamos tomado, al contrario de los niños que gracias a la dulce abuelita Amy habían comido tan pronto como salieron del colegio.

Así que sólo se dispusieron a tomar su helado mientras nosotros comíamos entre risas y charlas triviales. Cuando el reloj marcó las cinco de la tarde decidimos regresar a casa con la idea de descansar un poco para salir por una cena de cumpleaños a las siete y media de la noche.

Hansel había dejado su auto en la casa de Amy, por lo que a su regreso subió de piloto en el vehículo de su esposa, la pequeña familia Smith y nosotras tomamos la misma ruta rumbo a nuestros hogares, y es que ellos vivían en el penthouse del edificio continuó al mío, uno de los edificios que también eran de Damián.

Los ví adentrarse al estacionamiento subterráneo y tras un bocinazo que hizo que Mía riera, nosotras seguimos avanzando hasta que un par de minutos después estacioné frente a nuestro edificio. No había necesidad de llevar el auto al estacionamiento subterráneo si de todas formas volvería a salir en unas dos horas aproximadamente.

Bajo del vehículo y cierro mi puerta de inmediato para luego abrir la de Mía, ella me sonríe y levanta sus piecitos al aire para mostrarme que en algún momento del camino se quitó los zapatos rosas que tanto había insistido en buscar.

—No te voy a cargar— advierto mientras le inclinó al interior para liberarla de los cinturones.— así que vuelve a colocarte los zapatos.

—Mami— refunfuña moviendo las piernas de arriba a bajo— Estoy cansada...

—Yo también.— refuto dejándola en libertad— Sólo son unos minutos más, mi amor— le sonrío pero ella no se convence— has estado todo el día brincando de un lugar a otro, un par de minutos más no es nada.

—Pero tengo sueño— se cruza de brazos y me mira con súplica, no puedo evitar sonreír, verla hacer berriche es como mirar a Damián, usa las misma tácticas sin ni siquiera haberlo conocido.

Río un poco, tomó la pañalera rosada y la cuelgo en mi hombro, mi cartera negra en la parte interior de mi codo y la mochila rosa en mi otro hombro, con una mano tomo los dos zapatitos rosas en el piso del auto y luego sonrío en su dirección.

—Andando— su sonrisa se ensancha y rodea con sus bracitos mi cuello y con sus piernas mi torso. Uno de mis brazos la sujeta y salgo del auto cerrando la puerta trasera para luego empezar a caminar al interior del edificio.

A medida que avanzo ella se acomoda hasta que su cabeza se recuesta en mi hombro y esconde su carita en la piel de mi cuello. Voy cargada, también estoy cansada, quiero llegar y darme una ducha larga para luego dormir un poco antes de la cena.

Cristian, el portero, me sonríe y trás un asentamiento de cabeza en mi dirección a modo de saludo, abre la puerta de cristal para permitirme el paso al interior del edificio. Kenny me mira y sonríe, quiere venir para ayudarme, pero está atendiendo a una señora, le sonrío para que no se preocupe, estoy cargada pero puedo con todo lo que llevo.

Me acerco a él a paso seguro y espero unos minutos a que termine de disipar las dudas de la mujer mayor a mi lado.

—¿Vinieron?— pregunto cuando algo enojada la señora se retira y camina al elevador— ¿Todo bien?

Asiente poniendo sus ojos unos segundos en Mía, pero ella parece estar quedándose dormida.

—Todo bien, señorita Ámbar.— sonríe— Vinieron en la mañana como siempre y todo estuvo perfecto.

Mil pedazos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora