Abril, 09
Abro los ojos aún adormilada, las ganas de ir al baño y mi estómago vacío me han despertado. Me muevo un poco en mi lugar hasta quedar boca arriba, a mi derecha puedo ver a Damián y Mía, ambos están dormidos, ella está sobre él y él la rodea con uno de sus brazos.
Sonrío y mi corazón se llena de nostalgia.
Sin más me bajo de la cama sin ser muy brusca, tomo el celular en mi mesita y miro que la hora está sobre la media noche. Bajo de la cama y empiezo a caminar hacia el baño. Hace un rato creí que me daría un infarto ¡Dios mío que quería tomar a esa niña y meterle un millón de trapos en la boca para que dejara de hablar! Y él muy maldito aprovechándose de su inocencia para sacarle información.
Abro la puerta del baño, entro y cierro.
Por un momento pensé que perdería la calma, que me saltaría encima e iba a matarme ahí mismo sin importarle en lo absoluto que nuestra hija estuviera allí, y es que él maldito me veía con la cara más intimidante que tenía. ¡Claro! Como si él estaba libre de pecados y no tuviera una maldita novia ¡Esa hija de puta, voy a romper su boca la próxima vez que se atreva a dirigirle la palabra a mi hija!
Suelto un suspiro de impaciencia y después de vaciar mi vejiga bajo la cadena del retrete y me dirijo al lavado, me miro al espejo por unos largos segundos después de lavar mis manos y me analizo atentamente buscando en mi cuerpo alguna señal, pero nada, estoy igual.
Otro suspiro sale de mi boca, está vez de frustración al mismo tiempo que mi estómago protesta por comida. Seco mis manos y salgo del baño, enseguida pongo mis ojos sobre la cama esperando encontrarme con la misma imágen de cuando desperté. Pero ahora en la cama sólo estaba mi hija, durmiendo boca abajo y tapada hasta el cuello con la cobija, la bestia se despertó mientras estuve en el baño y se fué.
De inmediato busco con la mirada mi teléfono y me relajo notoriamente al darme cuenta que no se lo ha llevado, el celular sigue en mi mesita. Sin más empiezo a avanzar en silencio hacia la cocina, tengo hambre y iré a comer algo. La casa está totalmente silenciosa y algunos pasillos totalmente oscuros, los evito a como dé lugar y camino sólo por los alumbrados.
Al llegar a la cocina, la encuentro oscura y enciendo la luz tan pronto encuentro el interruptor que más bien parecen botones pegados a la pared. Cuando finalmente la cocina se alumbra para mí me muevo por el lugar y empiezo a buscar algo de comer pero no me han guardado cena ¡Hijo de puta! De seguro les ordenó que me dejaran morir de hambre.
Soltando un millón de maldiciones hacia él, me acerco al refrigerador de dos puertas y miro lo que hay dentro; un trozo de pastel llama mi atención, Lucía va a matarme, pero ni modo. Tomo el paste, una cuchara, un vaso y me sirvo en él una bebida chocolatada. Me dirijo con mi cena a la encimera y después de sentarme en la banca alta empiezo a comer.
He estado pensando en irme el fin de semana, no seré tan cruel con mi hija y le permitiré una semana entera con su papá, ya luego queda de su parte sí nos acompaña o prefiere quedarse con su maldita novia. Necesito llegar a Seattle rápido, necesito volver a poner todo mi mundo en orden; el trabajo, la escuela de mi hija, necesito poner mi mente en paz, necesito ir a ese lugar y confirmar que estoy equivocada, de lo contrario voy a volverme loca, porqué en definitiva yo no busco esto.
Y gracias a Amelie ahora tengo también a Tristán presionandome aún más, sé que no lo hizo adrede, que fué un accidente pero ¡Ahgs! Que quiero meter trapos en su boca al igual que con Mía. Sacudo un poco mi cabeza y vacío mi mente, suelto un suspiro y me dispongo únicamente a comer mi pastel y mi bebida mientras balanceo mis piernas que cuelgan del banco.

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Mil pedazos.
RastgelePromesas sin cumplir. Un profundo vacío. Un amor obligado a terminar. Lágrimas de dolor. Una hija por quién seguir. Y el alma en mil pedazos. Eso fué lo qué Damián dejó a Ámbar en el momento exacto en que su corazón dejó de latir. Él llegó a ella pa...