Abril, 16
Son las seis de la mañana, mis ojos aún pesaban y es que no había dormido más de dos horas y medias quizás, pero esto era importante. Salgo de la habitación y cierro la puerta sin hacer mucho ruido, las paredes grises del pasillo me reciben y dudo unos segundos sí ir a las habitaciones del fondo o buscarlo en una de las de abajo.
¡Carajo, no debí correrlo ni ser tan antipática con él! ¡Y también debí ver a que habitación se iría!
Mi debate mental cesa cuando lo veo aparecer por el pasillo, al parecer venía de la cocina, pues trae en sus manos una copa de helado, seis de la mañana y en lugar de estar desayunando está comiendo helado. Hago una mueca, pero no digo nada, fijo mi vista en él y lo veo aproximarse con aires de supremacía y elegancia aún cuando viene vestido sólo con un boxer negro, el cabello desordenado y la pequeña cuchara de helado dentro de su boca.
Sinceramente hay momentos en los que se me hace inevitable no verlo como un niño, un niño malcriado, jodidamente grosero, egoísta, loco y engreído, pero un niño al fin.
Pestañeo un par de veces a medida que él se va acercando, y finalmente esbozo una forzada sonrisa dulce y amable. Sin sacar la cuchara de su boca, frunce el ceño contrariado por mi gesto y sus pasos ahora se hacen dubitativos, su cabeza gira a ambos lados, mira sobre sus hombros y finalmente vuelve a mí aún más contrariado que al principio.
Cree qué estoy tramando algo en su contra.
Abro la boca para decir algo pero el orgullo me gana y cierro los labios hasta apretarlos, él sin dejar de mirarme extrañado pasa por mi lado dedicándome una mirada desconcertada y cuidadosa, como sí en lugar de su esposa y madre de su hija, fuera la peor enemiga que ha tenido jamás y debe cuidarse de mí antes de cualquier otra persona.
Idiota.
Finalmente dejamos de mirarnos y escucho sus pasos a mis espaldas, suelto un suspiro y me obligo a mí misma a entender que no tengo otra opción, que sólo él puede ayudarme.
Con el orgullo pisado, arrastrado y enterrado en el subsuelo, giro sobre mis talones y empiezo a andar hacia una de las habitaciones al final del pasillo.
—Damián— llamo y sus sexys nalgas dejan de moverse al compás con sus pierna, se gira y con el ceño aún fruncido me mira mientras saca la cuchara de su boca.
Sigo mi camino hasta que son muy pocos los pasos que nos separan. Le sonrío de medio lado y sus cejas se hunden más ¡¿Por qué demonios le parece tan sorprendente que le sonría?! ¡Es un idiota en todo el sentido de la palabra! ¡Pareciera que fuera retrasado mental!
—¿Qué carajos te pasa?— pregunta con cierto detenimiento y desconfianza. Desvío la mirada enojada conmigo misma por perder mi orgullo de esta manera, suelto un suspiro y abro los labios para empezar a hablar.—No,— me interrumpe antes de que la voz salga, vuelvo a mirarlo y mientras se lleva otra cucharada de helado a la boca se gira y vuelve a caminar, lo sigo.— no me interesa lo que te pase, sí no tienes a mis otras niñas en tu vientre, entonces no me importas.— pongo los ojos en blanco y le hago una mueca grosera aprovechando que no me mira.
¿De dónde carajos saco la idea de tener cinco hijas más? Sólo en sus sueños tendría más hijas.
Más que enojada con él por lo qué planeó en nuestra “Despedida” estaba enojada conmigo por no detenerme a pensar en lo fácil que estaba aceptando dejarme ir ¡Joder es qué él ni siquiera pensaría por un segundo la idea de dejarme hacer mi vida separada de él! Y yo de imbécil caí en su juego mental, le creí toda la maldita historia de una última vez, cuando él lo único que buscaba era embarazarme para tenerme asegurada a él.
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Mil pedazos.
De TodoPromesas sin cumplir. Un profundo vacío. Un amor obligado a terminar. Lágrimas de dolor. Una hija por quién seguir. Y el alma en mil pedazos. Eso fué lo qué Damián dejó a Ámbar en el momento exacto en que su corazón dejó de latir. Él llegó a ella pa...